jueves, 24 de septiembre de 2015

POEMAS, ROMANCES, CUENTOS.........

BAR OSLO EN C/. BENITO DE BAÑOS.
     DECÁLOGO DE LAS                    TABERNAS DE 

            CÓRDOBA 




1º Donde hay un buen barrio, hay buenas tabernas.

2º Donde hay buenas tabernas, hay un buen tabernero.

3º Donde hay un buen tabernero, hay una buena cocina.

4º Donde hay buena cocina, hay buenos cocineros/ras.

5º Donde hay buenos cocineros/ras, hay buenas tapas.

6º Donde hay buenas tapas, hay buen vino.

7º Donde hay un buen vino, hay buenos clientes.

8º Donde hay buenos clientes, hay buenos amigos.

9º Donde hay buenos amigos, ahí reina la paz.

10º Donde hay una taberna y ahí reina la paz,  ¡ahí está Dios!


Con cariño al Bar OSLO.


Original de Francisco Leiva     (Córdoba 11- 8- 96).

viernes, 18 de septiembre de 2015

HISTORIA DE CÓRDOBA

LA CONQUISTA DEL REINO MUSULMAN DE CORDOBA POR FERNANDO III

Tras la toma de Úbeda por los castellanos en 1233 la frontera oriental del reino musulmán cordobés presentaba un flanco casi completamente desguarnecido con una fácil vía de acceso hacía la capital a través del Guadalquivir. Por el norte, ya desde el establecimiento de la frontera en 1212, el camino ofrecía mayores dificultades mas por razones geográficas que por las puramente militares.

Las primeras iniciativas para la conquista de Córdoba parten del lado oriental, desde Andújar, al conocerse, en colaboración con algunos de sus habitantes, el descuido y la escasa vigilancia de las fortificaciones de la ciudad.

Los fronteros de Andújar y algunos de Úbeda escalaron de noche las murallas de la Ajerquía apoderándose rápidamente de esta amplia zona urbana. Los musulmanes solicitan el auxilio de Ibn Hud mientras los cristianos ante las dificultades de resistencia de los cordobeses estratégica-mente situados en la Medina, envían solicitud de socorro a Fernando III que ser hallaba en Benavente.

El Rey castellano en pocas jornadas hace el itinerario pasando por ciudad Rodrigo, Medellín, Dos Hermanas hasta establecer su campamento en Alcolea. Ubn Hud se puso en marcha hacia Córdoba pero, engañado por Lorenzo Suárez , abandonó toda tentativa de enfrentamiento con los cristianos y se dirigió a la región oriental de al-Andaluz.

Los habitantes de Córdoba, perdida toda esperanza al tener noticias del abandono del rey moro, acordaron rendirse en buenas condiciones, pero Fernando III estrechó aún mas el cerco hasta rendir a los defensores privándoles de alimentos. El rey castellano, tras su rendición solo respeto la vida y la libertad de los cordobeses .

En la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, la ciudad de Córdoba quedo en posesión de los castellanos leoneses, quienes hicieron su entrada solemne colocando a la vista de todos la cruz sobre el almirar de Abderramán III de la mezquita Aljama.

La caída de la que capital indiscutible de al-Andaluz era mas que un símbolo, era la realidad de la eliminación del Islam como fuerza política de peso en la península Ibérica.

Entre 1239 y 1240 se entregaron a Fernando III: Ëcija, Estepa, Almodóvar, Luque, Lucena, Setefilla, Santaella, Moratalla, Hornachuelos, Rute, Bella, Montoro, Aguilar, Benamejí, Zambra, Osuna, Baena y Zueros. Es presumible que las facilidades que prestaban los factores físicos para la rápida conquista de la campiña, donde las cosechas parecían cañaverales florecientes mas que mi-eses, hay que añadir el temor y el desconcierto que produjo en los ánimos musulmanes andalusies la rendición de la capital, unido a la grave situación `política de al-Andaluz cuyos territorios todavía no habían encontrado su unificación.

La conquista de la Sierra desde Espiel a Gahete y desde los Pedroches a Fuenteovejuna, quedan en penumbra histórica aún no iluminada por la investigación documental.


EL POBLAMIENTO Y LA PROPIEDAD

Las consecuencias de la conquista castellana se dejaron sentir de inmediato en los cambios de población vinculados en cada zona al modo de conquista en el reparto y estructuración de la propiedad urbana y rústica.

Después de firmar la capitulación de Córdoba la población musulmana fue totalmente erradicada, pero la fama de su riqueza y su agricultura se extendió por toda España poblándose rápidamente con gentes de todas partes que llegarán a la ciudad en masa hasta el punto que había mas habitantes que casas. Se asienta en Córdoba un nuevo grupo humano procedente de lugares del reino de Leon, Toledo, Talavera, Burgos y de la ribera de Navarra y del reino de Castilla. Lo mismo parece haber ocurrido según la documentación en la zona del valle de Guadalquivir hasta Andújar, incluido Bujalence.

El poblamiento campiñés adquiere otras características en virtud de la entrega voluntaria de las villas y castillos en manos de Fernando III. Según el profesor J. Gonzalez entregados esos pueblos, en parte por pactos, permanecen en ellos la mayoría de sus pobladores musulmanes con administración de justicia , mezquitas y propiedades. Los castellanos se limitan a posesionarse de las fortificaciones y a repartirse las casas y tierras abandonadas por los fugitivos y los del fisco.

El asentamiento de cristianos en la campiña fue, en un principio pequeño, adquiriendo distinto signo después de la rebelión de los mudéjares en 1263 aplastada con dureza. Aún así, las fuentes documentales autorizan a calificar de notable el número de musulmanes que permanecieron en sus pueblos y en la capital después de dicho año.

Al conocimiento de la población de la sierra solo podemos llegar hoy por rutas indirectas tales como el folclore, estudios fonéticos, estilos arquitectónicos, la vivienda y otros. Todo nos hace sospechar un despoblamiento musulmán voluntario y rápido tras la caída de la capital y un re poblamiento de origen extremeño y manchego.

La propiedad en general, cambio de manos pero se mantuvo con toda probabilidad, la misma estructura. Los repartimientos de Fernando III respetaron el latifundismo heredado de los romanos y musulmanes, y el minifundio, pequeña propiedad de los ruedos de la capital y de los pueblos. El rey castellano no hizo mas que cambiar los nombres de los propietarios en las escrituras.

Los habitantes de la campiña quedaron afincados en sus tierras con su mismo genero de vida y cultivando sus campos con las técnicas acostumbradas. Esta situación de la propiedad solo se vera afectada después de 1263 por el proceso de señorialización de los pueblos campiñeses. El sur del Reino se confiara a señoríos de la familia real, de la Iglesia y de las Ordenes Militares desde mediados del siglo XIII a causa de su situación fronteriza con el reino de Granada. Su carácter de zona militar debió influir sobre la propiedad y su aprovechamiento.

EVOLUCION SEÑORIAL.

Los repartimientos de tierras que siguieron a la reconquista del siglo XIII, constituyeron una fuente importante de nuevos señoríos. Se produce un proceso evolutivo que va del acaparamiento de tierras por la nobleza hasta la jurisdicción que ejercen sobre ellas.

Durante estos siglos la ciudad de Córdoba experimenta una intensificación del proceso de señorialización de los organismos rectores del municipio, pudiéndose decir lo mismo sobre los núcleos de población de la campiña y de algunos de la sierra.

Ya desde finales del siglo XIII el proceso que conduce del antiguo concejo democrático y abierto a otro oligárquico y cerrado comienza a madurar. Al concluir el siglo XIV de los veinticuatro regidores de la ciudad casi la mitad son miembros de la nobleza regional o están emparentados con ella muy directamente. En los años finales de este siglo la perdida de influencia del municipio cordobés sobre los lugares vecinos y la anulación de la autonomía en la mayor parte de los grandes núcleos de la población de la Campiña, son hechos prácticamente irreversibles.

A principios del siglo XV encontramos núcleos de población sometidos ya bajo un poder señorial ya constituido: Aguilar, Baena, el Car pio, Morente, Luque, Montilla.... otros se encuentran en proceso de señorialización: Cabra, Cañete, Espejo, Priego..... y finalmente, núcleos de población presionados por un creciente proceso de señorialización en torno suyo: Córdoba, Bujalance, Santaella y Montoro.

Pocas son las poblaciones que se pueden considerar libres de un progresivo estado de dependencia señorial.

A finales de este último siglo, Córdoba y su Reino se encuentran inmersos en un proceso bastante avanzado que correspondería a las siguientes características: señorialización creciente apreciable en las mercedes regias de distintos lugares e intromisión de la oligarquía mobiliaria de forma cada vez mas acusada en los puestos de la administración municipal o militar, y en segundo lugar, adquisición por parte de esta oligarquía de bienes raíces en forma de casas en los núcleos de población mas importantes y de tierras de labranza que contribuirán a reforzar desde el punto de vista económico su ya preeminente posición jurídica y social.

EL ESTAMENTO POPULAR

La inmensa mayoría de los habitantes de Córdoba y de su Reino son campesinos. Campesinos que trabajan en los grandes cortijos de la nobleza y de la burguesía.

Un grupo no muy grande, posee pequeñas propiedades en los ruedos de la ciudad y las villas o bien trabaja en los pequeños huertos unidos a la propia vivienda.

Al lado de la masa rural encontramos otro sector del estamento popular que dedica su tiempo a tareas no agrícolas, son innumerables los menestrales de los medios urbanos, los herreros, los albañiles, carpinteros, armeros, silleros, canteros etc.

Los cristianos formaban la mayor porte de la población, gentes procedentes de distintas provincias como eran los castellanos, leoneses, navarros, gallegos y asturianos.

La historia de este incontable grupo humano la hemos podido seguir a través de uno de sus aspectos mas trágicos, porque tras el optimismo de las conquistas del siglo XIII y el consiguiente repartimientos, es un pueblo cuyo destino a lo largo de la Baja Edad Media será sufrir. Sufrir epidemias, carestías, alza de precios, hambres.....

Sus dificultades económicas comenzarán a partir del último cuarto del siglo XIII, según ha demostrado el profesor G. Jiménez, para prolongarse hasta la segunda mitad del siglo XV, pero el siglo XIV se nos muestra especialmente crítico.

La primera gran crisis de este siglo en Córdoba llega con la Peste Negra que se inicia en la ciudad a partir de marzo de 1349. Su intensidad parece que se mantuvo hasta la mitad del mes de agosto del mismo año. Pero esta calamidad no produciría el mayor descenso demográfico del siglo. La peste de los años 1363-64 alzó una situación bastante mas grave que con la peste anterior: se comprueba una extensa mortalidad unidad a una intensa carestía de dinero. La carestía y la epidemia, máximos ingredientes de un trauma fisiológico, se coaligan en estos años.

La fecha de 1375 señala el culmen mas agudo de otra nueva crisis que llega cuando aún se padecen las consecuencias de la anterior. Se trata en este caso de una crisis de carácter exclusivamente económico que de nuevo podemos constatar en 1383 y 1386-87.

Así, el pueblo llegaba a finales del siglo de los desastres diezmado, famélico y físicamente deshecho. Estos acontecimientos fueron germen de revueltas como se demostraría en el robo de la Judería en el año 1391 y en los robos e incendios de casas y haciendas de conversos-detentadores del poder económico y social en Córdoba tras la desaparición de la judería- ocurridos en 1479.

LAS MINORÍAS Y SU COMPORTAMIENTO

JUDÍOS Y MUSULMANES

La documentación existente ofrece grandes posibilidades para el estudio tanto de la minoría judía como de la musulmana como elementos de suma importancia en la composición de la población cordobesa durante estos siglos.

El planteamiento y la exposición de la problemática judía en Córdoba de este período se encuentran condicionados por el comportamiento y relaciones anteriores a la conquista de Córdoba por Fernando III entre esta minoría étnica y religiosa con la Monarquía castellano-leonesa, con la Iglesia y con el pueblo.

La posición jurídica de la población judía en la ciudad venía ya señalada y determinada por el Fuero de Córdoba en el que se mandaba que ningún judío, ni judío converso pudiera tener autoridad sobre ningún otro cristiano. Pero a pesar de semejante restricción , los judíos contaron siempre con el apoyo de la Monarquía aún en la desgracia.

Los judíos cordobeses, en su mayoría, vivían reducidos en el barrio de la judería. También lo hicieron a partir de 1260, en las calles y barrios mas próximos a la judería. Su radio de acción y su residencias se alejaron aún mas de su núcleo original llegándose a instalar en la Puerta de Hierro y en el Realejo de San Andrés. Esta ampliación a sectores urbanos en los que se podrían encontrar indefensos, muestra el grado de seguridad que obtuvieron y se les concedió en Córdoba durante la segunda mitad del siglo XIII y casi todo el XIV.

Hecha una recesión de los oficios que ocupaban los judíos cordobeses encontramos en primer lugar, los almojarifes, y después a escala artesanal, alfayates, ceradores, tejedores, bodegueros, albañiles, tenderos etc., corredores y recaudadores.

No resulta posible, por ahora dar una cifra exacta del número de judíos que vivieron en la Córdoba medieval cristiana. Como toda comunidad, y esta con mas razón por su peculiaridades, la cordobesa contaba con todos los servicios necesarios. Para la vida de la aljama dispone de servicios religiosos, de seguridad y orden a mas de salvaguardar el cumplimiento de algunas leyes especificas de la ley judía.

Su estilo de operaciones mercantiles en Córdoba confirma la opinión de que los únicos que en Castilla conocían el valor del dinero eran los judíos. Porque de Córdoba se nos descubren nuevos aspectos desconocidos en la relación de los judíos con el dinero-moneda.

No resulta fácil aportar datos concretos sobre el tema de los préstamos e intereses ya que las leyes regulaban el interés. En manos de los judíos vemos a conquistadores de Córdoba, terratenientes y eclesiásticos. Nada sabemos de la actuación de los judíos con el pueblo llano, pero su comportamiento debió ser mas duro y exigente que con los estamentos superiores.

Por ello el desquite no se hizo esperar. En 1391 el pueblo ataca la judería con la expresa finalidad de robo matando a unos y obligando a convertirse a los demás. Era el fin de la tan celebrada Judería cordobesa bajo medieval. Las motivaciones socio-económicas del robo de la judería si no explica enteramente dicho acto, sí al menos ofrecen un cuadro de casualidades evidentes si se relacionan con el cuadro ya descrito que sufre el pueblo cordobés al final de esta centuria.

En cuanto a la problemática que presenta la minoría musulmana es completamente diferente: en este caso se trata de los vencidos. La cláusula impuesta por Fernando III el día de la Capitulación en 1236 imponía el exilio a los musulmanes a quienes sólo se respetaría su vida y libertad. A los pocos años de la conquista, en 1241, la documentación reconoce la existencia de la Morería cordobesa, se trata de la legislación foral sobre relaciones entre cristianos y musulmanes en la ciudad y su término.

La revolución mudéjar de 1263 obligo a los castellanos a un replanteamiento de la situación social y jurídica de los musulmanes, las consecuencias de esta temible sublevación, según cuenta los cronistas contemporáneos , en la morería de la ciudad parece se manifiestan en la imposición, por parte de las autoridades cristianas, de cargas tales como trabajos obligatorios y gratuitos en la conservación de la Mezquita y aportaciones para la reparación de las murallas de la ciudad.

La comunidad mudéjar parece ocupada en los trabajos campesinos , en los oficios de zapatería, alarifes, caleros, herreros, carpinteros etc. Los de los pueblos se engloban en el grupo de los campesinos a jornal o bien arriendan las tierras de cristianos.

No conocemos ni la localización por barrios ni el número de los mudéjares cordobeses en el siglo XIII, pero en el censo de los moriscos de 1582 su distribución en algunas colaciones es :

COLACIONES Y NÚMERO DE MORISCOS.
SAN SALVADOR 150
SANTA MARIA 589
OMNIUM SANCTORUM 138
SAN ANDRES 539
LA MAGDALENA 79
SANTA MARINA 166
SAN MIGUEL 54
TOTAL.................... 1769.
Datos muy parciales ya que no existen para otras parroquias, según O. Belmonte, el 70 u 80 por ciento de los mudéjares en tales fechas procedían de Granada y solo el resto eran cordobeses o bien descendientes de aquellos musulmanes que regresaron a Córdoba tras la conquista .

El asentamiento de la comunidad mudéjar, su aljama, al menos la principal estaría situada en torno a la llamada calle Morería en la parte mas septentrional de la villa, y la morisca procedente sobre todo de Granada, en la calle de Los Moriscos que desemboca en la plaza de Santa Marina.

Por último, aunque no en el momento de la conquista, pero a finales del siglo XIII existía en Córdoba una colonia de extranjeros -francos, genoveses y florentinos- establecidos en lo que se llamo “ Barrio de los Francos” por similitud al ya existente en Toledo.

LA CIUDAD EN EL SIGLO XIII

De 1236 a 1241 Córdoba atraviesa una serie de vicisitudes: el regreso a sus hogares de las huestes que habían realizado la conquista, pudo poner en peligro los éxitos logrados mediante conquista, peligro que se soluciono dejando en la ciudad una guarnición de caballeros por orden del rey. Por otro lado, la superpoblación que estaba sufriendo Córdoba a raíz del regreso masivo de cristianos provoco la escasez de viviendas y hambre. De 1238 a 1241 Fernando III vuelve para dirigir personalmente la reorganización de Córdoba.
EXTENSIÓN DE CÓRDOBA EN EL SIGLO XIII



El repartimiento urbano de Córdoba es una materia todavía sin estudiar, solo sabemos de ella a través de una serie de artículos y referencias indirectas sobre parroquias establecidas por Fernando III y conventos aparecidos en el siglo XIII, de tal forma que con tan escasa información deducimos cual fue la Córdoba que pasaron a habitar los cristianos.

Las parroquias erigidas por Fernando III fueron catorce, siete en la Medina y siete en la Ajarquía, su localización es lo suficientemente dispersa como para poder concluir que sin lugar a dudas, la Córdoba de este siglo tenía una extensión aproximadamente igual a la de la Medina y Ajarquía árabe, extensión que se mantuvo según parece confirmar un mapa de la ciudad de 1811, con pocas ampliaciones y que subsiste hasta principios del siglo XX.

De este conjunto al momento de la conquista, la Medina estaba perfectamente amurallada al igual que la Ajarquía como así lo afirma J. González. En cuanto a la exacta de limitación de las murallas de la Ajarquía en la época de la conquista, resulta imposible tanto por la ausencia de descripción literaria como por la dificultad arqueológica de su reconstrucción. Sin embargo si resulta posible afirmar el origen de las murallas que probablemente fueron almohade y almorávides, y seguiría un trazado similar al que luego se estableció en el resto de la Edad Media y Moderna.

ESTRUCTURA URBANA

Tras la conquista , la ciudad de Córdoba mantuvo su centro comercial, artesano y eclesiástico-administrativo en torno a la Mezquita, prueba de ello es que inmediatamente después de la reconquista fue erigida en Iglesia – Catedral y que el Alcázar (de los Reyes Católicos) se construyera no muy lejos de ella.

Esta afirmación viene corroborada en el aspecto económico por las donaciones que se conocen de locales comerciales y la toponimia tradicional de las calles circundantes a la catedral, que llevan nombres indudablemente medievales referentes a oficios artesanos o labores comerciales.

Según estos datos, el centro económico en el siglo XIII estaba en la antigua Medina, al este de la Catedral, centro que se extendía hacia el este, hacia la Ajarquía, exactamente igual que en época musulmana .

Los motivos de esta similitud probablemente fueron para evitar discordancias, estando el centro político y religioso en la Catedral, el centro económico cerca del puerto fluvial que seguía funcionando activamente y que implicaba también la ubicación en la zona de Aduana.
La cercanía al río Guadalquivir permitía las comunicaciones con todo el sur y oeste andaluz, que ademas acogía favorablemente el comercio del pescado traído en barco desde Sevilla. Pronto la zona económico-comercial de Córdoba empezaría a emigrar hacia el norte.

EVOLUCION URBANA A PARTIR DEL SIGLO XIII

Desde los siglo XIII al XVIII la ciudad de Córdoba carece de expansión, victima de una economía estancada, enferma demografía y modos de vida sin renovar. Sin embargo en tan dilacado tiempo hubo una serie de reformas, aunque escasas, merece la pena mencionar.

TRAZADO DE LAS MURALLAS.

Las murallas no eran reformadas, aparte por las razones ya citadas, por otras de tipo militar que prohibían la construcción de casas fuera de las murallas para evitar que se impidiera el libre acceso al camino de ronda, la seguridad obligaba que no hubiera casas extramuros ya que el enemigo podía utilizarlas perdiendo de tal modo la muralla su función defensiva.

A pesar de las prohibiciones, se localizaron en estos lugares algunos arrabales que crecieron a lo largo de la Baja Edad Media y Moderna.

La longitud de las murallas fueron medidas meticulosamente en el siglo XVI por el regidor Andrés Padilla y Morales dando como resultado un perímetro de 7278 metros. Estas murallas se comunicaban con el exterior a través de trece puertas de servicio, que no fueron todas coincidentes plenamente con las que conocemos de época musulmana y romana.

Al norte : Puerta de Osario, antigua puerta de tiempos romanos y califales; Puerta del Rincón; la de Colodro cuyo nombre le viene de uno de los asaltantes cristianos de época de la reconquista, y la de la Misericordia. No existiendo buena visibilidad de la muralla entre la Puerta del Colodro y la del Rincón, se hizo preciso construir una torre al-barrada que fue la famosa torre de la mal-muerta, nombre que debe a una oscura leyenda que dice que un califa emparedo en ella a una de sus mujeres por el delito de infidelidad.

Las orientales eran: la de Plasencia y la de Andújar, ambas probablemente de época árabe; mas al sur por último se encontraba la Puerta de Baeza.

En la parte meridional había dos, la del Sol y la del Puente. Esta última era la mas importante de la ciudad, puesto que canalizaba todo el tráfico con el sur a través de un puente romano y aunque existía desde la antigüedad, fue reconstruida con estilo herreriano en 1571. De la Puerta
del Sol a la desembocadura de la calle San Fernando, la muralla era en su parte inferior de época romana, al oeste la muralla fue levantada para defensa del Alcázar de los Reyes Cristianos en el siglo XIV.

El lado occidental de la muralla contaba con tres puertas: la Puerta de Gallegos, la de Almodovar y la Puerta de Sevilla, las dos primeras coinciden con otras dos existentes en tiempos romanos, siendo la tercera modificada durante la edad media, aunque equivalente a una anterior.

El Alcázar es esencialmente obra de Alfonso XI, aunque en él realizaron también modificaciones los Trastamaras y los Reyes Católicos. El barrio de San Basilio debe su nombre actual al convento de monjes de dicha orden que se establecieron ahí en el siglo XVI, pero sus orígenes se remontan al privilegio que dio Enrique II a sus ballesteros para que allí se establecieran. El cerramiento de este sector y su incorporación al recinto amurallado, según Castejon , es realizado en el siglo XIV por Enrique II, quien erigió las defensas militares de Córdoba para protegerla de incursiones granadinas.
EL EMBARCADERO

REFORMAS URBANÍSTICAS

Dentro de un rígido y estable trazado urbanístico de tiempos árabes, pocas modificaciones se realizaron en la Córdoba de intramuros, las renovaciones y modificaciones realizadas se pueden reducir a tres.

En primer lugar, se procedió a urbanizar la zona comprendida entre el muro oriental de la Medina árabe y la neta separación de esta con la Ajarquía, la ejecución tiene como resultado la aparición del eje urbano mas importante de Córdoba, que desde la Puerta Piscatoria, ( desaparecida, usada por los pescadores, y situada entre la Cruz del Rastro y la Posada de la Herradura) por la calle Mayor se dirige en linea recta hacia la Puerta del Rincón.

En segundo lugar, la creación de la plaza Mayor de Córdoba, llamada mas tarde de la Corredera, para edificar junto a ella, cárcel, pósito y casa de los corregidores y en cuyo recinto se celebraban corridas de toros, justas, ahorcamientos y autos de fe de la Inquisición.

Durante el siglo XVI se acordó hacer un anden desde la Rastro a la Puerta del Puente sobre las ruinas de varias casas y restos de la antigua muralla, en 1574 se planto una alameda desde el molino de la Albolafia a la fuente de las arcas, que desplazo el Campillo como lugar de recreo.

Las tres reformas del trazado urbano nos ilustran sobre el cambio de la estructura funcional en relación con el siglo XIII.

El centro económico de Córdoba, como ya dijimos antes, se empieza a desplazar, cada vez depende menos del religioso administrativo -Mezquita/Alcázar- y se desplaza hacia el este pasando la plaza del Potro a constituirse en dicho centro mercantil ganadero ya en el siglo XIV,


será el centro de contratación de los jornaleros para trabajos agrícolas. Y también centro de pícaros, truhanes y vendedores que tanta importancia tiene en el siglo de Oro español, razón por la cual muchos escritores clásicos españoles citan dicha plaza como típica-mente cordobesa.

A su vez, este desplazamiento del centro comercial cordobés a la plaza del Potro fue posible porque su emplazamiento mediaba entre la calle Real, eje viario de la Córdoba de entonces, y la plaza Mayor que cada vez se define mas como centro administrativo y recreativo.

La función económica de la Plaza del Potro no es incompatible con que ella también se desarrolle a lo largo de la calle Real y en sus alrededores.

A partir del siglo XIV se conoce el emplazamiento de establecimientos comerciales en dicha zona. Esta dirección de los establecimientos económicos cordobeses hacia el norte es un lento proceso en busca del actual centro urbano que es la Plaza de las Tendillas.

LAS FUNCIONES URBANAS DE CÓRDOBA EN LA EDAD MEDIA Y MODERNA

Hasta la definitiva conquista del Reino de Granada, Córdoba siguió desempeñando una clara función militar.

Ello articulo un sólido sistema defensivo en toda la campiña para protegerse de los musulmanes granadinos, fue centro de partida de operaciones para las grandes campañas de la Reconquista, por ejemplo las de Alfonso XI y Reyes Católicos, y proporciono para tales fines hombres, dinero y cuantiosos bienes materiales.

Después de desaparecer dicha frontera, España se lanza a otra gran epopeya, la conquista de América. Pero Córdoba carece aquí de papel principal, función que sería legada a las provincias de Sevilla y Cádiz, como centro de organización y partidas hacia América.

Durante toda la época cristiano-medieval y moderna, Córdoba es un gran centro agrario de primer orden y con influencia a toda la campiña. Esto fue posible no solo porque Córdoba tenía una extensa y muy fértil jurisdicción, sino también porque los grandes latifundistas de la Campiña, entonces nobles, tenían en casi su totalidad sus casas solariegas en esta ciudad.

Y por último, en este largo período, Córdoba no desempeña destacada función industrial o comercial. La industria pañera y sedera le confirió cierto esplendor en el siglo XVI y XVII, pero fue pasajero y limitado.

Comercialmente, aún existiendo hasta el siglo XVI la navegación entre Córdoba y Sevilla, que tanta vida económica le había proporcionado en tiempos anteriores, con posteridad desapareció y los sucesivos proyectos de hacer navegable el Guadalquivir no se concretaron en nada práctico.

Así pues, Córdoba vio reducido su comercio al terrestre, que no traspasaba los limites del auto-consumo local.
En este terreno económico no le alcanzó lo mas mínimo los beneficios que supusieron el re-lanzamiento económico de España en el siglo XVIII.

A pesar de las excelencias de la ciudad de Córdoba esta pasa de ser docta, opulenta y rica a despoblada y pobre.



Autor del original:
Belén Suárez de Lezo.








viernes, 14 de agosto de 2015

POEMAS, ROMANCES, CUENTOS...........

En las largas noches invernales, al calor de la churaca, en todos los pueblos se contaban y cantaban poemas, romances, canciones, anécdotas, cuentos...... Hoy, la mayoría, son desconocidos para muchos.Me gustaba mucho escuchar el romance de la LOBA PARDA cuando lo recitaba mi padre. Y aún me gusta leerlo. 

LA LOBA PARDA


Estando yo en la mi choza, pintando la mi cachava,
las cabrillas altas iban, y la luna rebajada.
Mal barruntan las ovejas, no paran en la majada.
Vide venir siete lobos, por una oscura cañada.
Venían echando suertes, cual entrará en la majada.
Le tocó a una loba vieja, patituerta, cana y parda,
que tenía los colmillos como puntas de navajas.
Dio tres vueltas al redil y no pudo sacar nada;
a la otra vuelta que dio sacó a la borrega blanca, 
hija de la oveja churra, nieta de la orejisana;
la que tenía mis amos para el Domingo de Pascua.
Aquí mis siete cachorros, aquí perra trujillana, 
aquí perro el de los hierros, a correr la loba parda.
Si me cobráis la borrega, cenaréis leche y hogaza.
Y si no me la cobráis, cenaréis de mi cachava.
Los perros tras de la loba, las uñas se esmigajaban,
siete leguas la corrieron por unas sierras muy agrias.
Llegando a Los Cotorrillos, la loba ya va cansada.
-Tomad perros la borrega, sana y buena como estaba.
- No queremos la borrega de tu boca alobadada;
que queremos tu pellejo, p´al pastor una zamarra;
de la cabeza un zurrón, para meter las cucharas, 
el rabo para correas, para atarse las polainas,
las tripas para vihuelas, para que bailen las damas.
 

  

lunes, 20 de julio de 2015

HISTORIAS, LEYENDAS Y TRADICIONES DEL REINO DE CÓRDOBA

SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LA FUENSANTA

En la primera mitad del siglo XV moraba en el barrio de San Lorenzo, junto a la puente zuela, un infeliz cardador de lana llamado Gonzalo García, a quien su escaso jornal no bastaba para sostener a su esposa e hija, la primera paralítica y la segunda demente; por tanto, imposibilitadas de ayudar a contribuir con su trabajo a los gastos de la familia. Desesperado con tan triste situación, y no sabiendo que determinación tomar, saliese un día por la puerta de Baeza hacia el arroyo de las Peñas o las Piedras, que es el de la Fuensanta, y hacia el sitio que aún se denomina de las moras, a causa de las muchas de estas fruta silvestre nacidas en aquellos paredones.

Santuario de la Fuensanta y el Pocito.
Meditabundo y pensativo iba Gonzalo hacia el mencionado sitio cuando se le acercaron dos hermosas jóvenes, una en pos de otra, y un gallardo mancebo. La primera le dirigió estas o parecidas cariñosas palabra: “Gonzalo, toma un vaso de agua de aquella fuente, y con devoción dalo a tu mujer e hija y tendrás salud”. Suspenso quedo aquel desgraciado, si bien dominándolo la idea de que sus favorecedores serían la Virgen María y los patronos de Córdoba San Acisclo y Santa Victoria, en cuya idea lo afirmo el gallardo joven diciéndole: “Haz lo que te manda la Madre de Jesucristo, que yo y mi hermana Victoria, como patronos de esta ciudad, lo hemos alcanzado de la Virgen Santísima”.

Lleno de gozo y aún más admirado volvió ansioso la vista hacia el sitio señalado, donde efectivamente corría el agua, manando de entre las descubiertas raíces de un cabrahígo que demostrando su antigüedad, cubría con sus ramas parte del paredón de la cercana huerta. Mas casi simultáneamente iba a arrojarse a los píes de su celestial bienhechora cuando ésta ya había desaparecido con los santos mártires.

Henchido su corazón de gozo y agradecimiento, corrió Gonzalo a una alfarería cercana a la hoy demolida Puerta de Baeza, compró el jarro y llenó de la salutífera agua lo llevó a su casa contando lo ocurrido y pidiendo con gran fe que con ella viviese su mujer e hija, logro verlas libres completamente de sus acerbos y ya incurables padecimientos. Como no podía menos de suceder, la noticia circulo por toda la ciudad. Los enfermos corrieron a beber de la fuente designada, y nuevas curaciones justificaron mas y mas la virtud de sus aguas. Mas nadie acertaba a descifrar aquel misterio, descubierto al fin por otra nueva revelación.
Recuerdos de los devotos.

El jarro comprado por Gonzalo García, y que era de barro vidriado, como color amarillo, se conservo muchos años como una preciosa reliquia, afirmando Enrique Vaca de Alfaro que el día 6 de abril de 1671 tuvo en su mano un fragmento que aún quedaba en poder de Nicolás Muñoz de Toro, descendiente de Gonzalo.

Veinte años habían transcurrido desde aquel portentoso suceso, aún sumido en el más misterioso secreto. El sitio conocido por la Albaida era la morada de los ermitaños de Córdoba, aún no congregados como en la actualidad, y uno de ellos, agobiado por una cruel hidropesía que lo llevaba al sepulcro, se decidió también a beber de las saludables aguas de la fuente y con ellas logró la salud apetecida.

Lleno de agradecimiento y fe pedía a Dios y a la Virgen en sus oraciones que se dignasen aclarar aquel arcano, cuando una noche, la del 8 de Septiembre, oyó cierta voz que satisfizo su ansiosa curiosidad, revelándole que en el tronco de aquel cabrahígo se encerraba una imagen de la Virgen, depositada en un hueco cuando la persecución de los cristianos, y cuya concavidad había cerrado el transcurso de tantos años.

El ermitaño corrió al día siguiente a presentarse al obispo de Córdoba, Don Sancho de Rojas y, contándole lo ocurrido, este hizo cortar el árbol, confirmándose las palabras del anacoreta, puesto que fue hallada la imagen que con tanta devoción veneramos. Es de barro y tiene en la espalda unas letras muy gastadas, al parecer góticas.

Humilladero o Pocito de las aguas milagrosas.
Divulgase la noticia con la velocidad del rayo, acudiendo casi en su totalidad el vecindario de Córdoba con el clero, autoridades y demás corporaciones, formando todos una procesión que en medio de una alegría indescriptible, aumentada por el repique de tantas campanas como entonces había, y del disparo de cohetes y arcabuces, llego con la imagen al Sagrario de la Catedral, hoy capilla de la Cena, donde la la depositaron, hasta que se edifico en el sitio del cabrahígo el primer Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta y el humilladero o Pocito, costeado por el obispo don Sancho de Rojas.









martes, 14 de julio de 2015

HISTORIAS Y LEYENDAS DE CÓRDOBA

LA POSADA DEL POTRO

Cuentan que un posadero, en tiempos del rey Pedro I, (años de reinado 1.334-1369) alojaba a los huéspedes importantes en una habitación de la posada alejada del resto de las estancias, con el pretexto de evitarle
molestias, y que pasando por Córdoba un capitán que se dirigía a Sevilla, se alojo en dicha posada. Cuando este capitán se retiraba para dormir, guiado por el posadero, una misteriosa dama a quien apenas pudo ver, le aconsejo que no durmiera.

El militar permaneció despierto, meditando acerca del aviso de la bella joven que parecía hija del mesonero, aunque sus finos modales lo desmentían. La noche era fea, el viento y el agua azotaban las ventanas hasta que lograron abrirlas; había truenos y relámpagos y la única luz que había se apago. Le parecía ver mil fantasmas y oyó como si abrieran una puertecilla. Entonces se retiro a un rincón y saco su espada. No oía nada, pero sus ojos se dirigían a todos los rincones por si a la luz de los relámpagos lograba divisar algo. Por fin, bajo el lecho vio la figura del mesonero que asomaba por una trampa del suelo, observándolo y esperando para ver si estaba dormido.

Furioso, se arrojo por una ventana al coralillo. Allí casualmente, estaba la muchacha que le había advertido, lo empujo fuera del mesón y le dijo que fuera a Sevilla y le contara al rey lo que había pasado. A los cinco días fue recibido por Pedro I en el Alcázar y este le prometió averiguar lo que ocurría jurándole que si descubría algún delito, el mesonero sería ejemplo para los de su clase. Cuando el rey llego al mesón, mando recorrerlo todo ante el espanto del mesonero. Hallando la trampa bajo el lecho en el que alojaba a los viajeros ricos y encontraron a la joven que pedía venganza. Desenterraron multitud de cadáveres y encontraron numerosas alhajas y ropas robadas a los desgraciados huéspedes. De uno de ellos era hija la joven que se intereso por el capitán.

El rey, actuando con gran furia, agarro al mesonero del cuello y lo hizo salir a mitad de la plaza. Ordenó a unos verdugos que le ataran las manos a la reja de la posada y amarraran dos potros a los pies del hombre. Después azotaron a los caballos para que galoparan y lo despedazaran. Un grito de horror surgió de la gente, pero el rey amenazo con hacer lo mismo al que pronunciase una palabra.



Momentos después, los brazos del hombre colgaban de los rejas y los caballos arrastraban el cuerpo por las calles cercanas. Don Pedro I entregó al capitán como esposa a la bella joven, con todas las riquezas que allí se encontraban, y prometió al Corregidor que si tenía que volver allí para administrar justicia, le haría a él los mismo que mandó hacer con el mesonero.

domingo, 7 de junio de 2015

HISTORIAS DE CÓRDOBA


FERNANDO IV DE CASTILLA





Fernando IV de Castilla y León, también llamado el Emplazado; Sevilla 1285 – Jaén 1312, Rey de Castilla 1295 – 1312, hijo de Sancho IV y de María de Molina. Junto con Portugal y la Corona de Aragón intento combatir al reino de Granada ( 1308 ), pero fracaso en la empresa por el abandono de una parte de los nobles, y solo pudo conquistar Gibraltar (1309).

Fernando IV tuvo como apoyo a Fernan Pérez Ponce, un antiguo servidor de Alfonso X el Sabio. En el momento de su nacimiento el matrimonio de sus padres, Sancho IV y María de Molina, todavía no había recibido la necesaria dispensa canónica de parentesco para su validez definitiva, lo cual no dejaba de condicionar de alguna manera, en aquellos momentos, su porvenir, sobre todo teniendo en cuenta los posibles derechos al trono de sus primos, los infantes de la Cerda.

En 1286 Fernando fue jurado como heredero de la Corona de Zamora, ciudad a la que le había llevado su madre para su crianza. Las relaciones y tratados alcanzados por su padres con Francia, refugio de los infantes de la Cerda, entre 1288 y 1290, permitieron neutralizar los apoyos que estos últimos pudieran esgrimir. En 1291, el ascenso de Jaime II el Justo a la Corona de Aragon propició un nuevo acercamiento a ese reino, segundo de los apoyos fundamentales para los posibles competidores al trono de Castilla del príncipe Fernando. Lo mismo ocurrió todavía con Portugal, cuyo entendimiento con Castilla culminó con el acuerdo matrimonial del heredero y la infanta portuguesa Constanza.

Aún con todo, el porvenir no era seguro para el heredero de Sancho IV, que vio morir a su padre en 1295, cuando contaba apenas con nueve años. El propio monarca difunto dejó en su testamento a su esposa María de Molina, como tutora de su hijo Fernando, sin duda sospechando las discordias que habrían de producirse durante la minoridad. Las previsiones su cumplieron con creces, y los primeros años de reinado de Fernando IV, bajo la tutoría de su madre, quien no había conseguido aún la dispensa canónica para la validez de su matrimonio, representaron un periodo particularmente conflictivo para la historia de Castilla.

Fernando IV fue proclamado rey en Toledo, inmediatamente después de haber asistido a los funerales de su padre; allí juró, junto con su madre, guardar los fueros del reino, rodeado de parientes y magnates. Sin embargo, fueron estos últimos, los infantes (tíos de Fernando) y las cabezas de las principales casas nobiliarias, como Juan Nuñez y Nuño González de Lara, los que contribuyeron a la perturbación social y política de aquellos años. Contra ellos, la reina y su hijo solo pudieron oponer el apoyo circunstancial de las Cortes o la ayuda ocasional de los fieles.

La crisis fue interior y exterior; verdaderas guerras civiles e invasiones por parte de los vecinos de Castilla amenazaron incluso con la desmembración del reino. La salvación final no impidió un grave quebranto económico y político para la misma monarquía. Neutralizar a los mas ambiciosos, como los infantes Juan o Enrique el Senador, costó la entrega de posesiones y villas a costa del patrimonio real, y evitar conflictos fronterizos con el rey de Portugal obligo también a realizar concesiones territoriales.

Ni aún así Castilla se libró de las rebeliones nobiliarias interiores o del acoso general desde el exterior. Ambas amenazas acabaron por estar estrechamente relacionadas. Cuando el rey de Aragón, Jaime II, decidió aprovechar la minoridad de Fernando IV para apoderarse del reino de Murcia, se alió con el reino musulmán de Granada y volvió a levantar la bandera del pretendiente al trono de Castilla, Alfonso de la Cerda. Pero es que además contó con la colaboración del Infante Juan, hermano de Sancho IV, que habría de recibir el trono de León, Galicia y Astucias. Todavía se sumaron a la conjura Navarra y Portugal, dispuestas a mejorar sus fronteras. Y no faltó otro infante, Pedro de Aragon, encargado de la invasión de Castilla.

Los meses del invierno de 1296 fueron de angustia para la tutora, María de Molina, y de incertidumbre para el porvenir de Fernando IV. Hasta las Cortes de León, que se reunieron en Palencia bajo la presión de los pretendientes, podían haber quitado su adhesión al hijo de Sancho IV; por suerte para el, no fue así. Enfermo en ocasiones y llevado por su madre de una ciudad a otra, a través de la meseta castellana, Fernando IV contaba entonces prácticamente con ese único apoyo. El viejo infante Enrique, uno de los pocos consejeros que le quedaban a su madre, solo pensaba en sacar algún provecho de la situación, mientras que los enemigos de Fernando IV lo ocupaban o arrasaban todo.

Una circunstancia inesperada salvó a Fernando IV; la peste que en forma de terrible epidemia, ataco al ejercito de sus enemigos e invasores. La mayoría se retiro, y María de Molina pudo volver a negociar con los portugueses: se ratifico de nuevo el acuerdo de matrimonio entre Fernando IV y Constanza de Portugal, y se acordó entonces el de su hermana Beatriz con el futuro Alfonso IV el Bravo, heredero del reino lusitano, lo que no se pudo evitar fue que la guerra civil continuara durante bastante tiempo en tierras castellanas.

La ruina económica y la desolación quedaron patentes en las reuniones de Cortes de los años 1298 a 1300. pero Fernando volvió a contar con el apoyo de esta institución, que en su reunión de Valladolid de 1298 aprobó los subsidios necesarios para el pago de las bulas de legitimación canónica del matrimonio de su madre. Las bulas no llegaron a Castilla hasta 1301, pero finalmente daban validez al matrimonio de Maria de Molina, viuda de Sancho IV, y disipaban las dudas sobre la propia legitimidad de su heredero, a quien además se dispensaba también de parentesco para su matrimonio con Constanza de Portugal-

Esto influyo en la pacificación de la nobleza y en la renuncia de los pretendientes al trono, que habían perdido ademas sus apoyos exteriores. No supuso la paz con Aragon, que retenía el reino de Murcia, pero si el fin de las aspiraciones de Alfonso de la Cerda de sustituir a Fernando IV en el trono de Castilla. Los infantes y los nobles, que habían medrado de una u otra manera durante el conflicto, se aprestaron a tomar nuevas posiciones entre la inminente mayoría de edad de Fernando IV (1301 a los dieciséis años ) y el inicio efectivo de su reinado, al que llegó finalmente bien afianzado en el trono, gracias en gran parte a los desvelos de su madre María de Molina.

De ella trataron de alejarle los nobles a partir de aquel momento, con bastante éxito. Entre 1301 y 1302 Maria de Molina perdió el contro9l de su hijo, que cayo bajo la influencia de su nuevo mayordomo, Juan Nuñez de Lara, y de su tío el infante Juan. Se vio ademas desairada por la ingratitud de su propio hijo, quien influido sin duda por sus nuevos consejeros, le pidió cuentas de su tutoría en las Cortes de Medina del Campo.

El reinado de Fernando IV de Castilla no duro mucho más que su minoridad; los problemas fueron los mismos, sin que se pueda decir que su autoridad pasara mucho más de lo que lo había pasado la de su madre. El precio de la paz con sus vecinos, sobre todo con Aragón, fue el mismo o mayor: pérdida territoriales. La nobleza continuó haciendo su cosecha de poder y riqueza, mientras las Cortes se quejaban continuamente de las penurias, escaseces, desordenes y miserias que aquejaban a los consejos. La guerra contra Granada, último objetivo de la Reconquista, se reanudó aunque sin demasiado éxito. De todas formas, la primera vez que Fernando IV de Castilla tomó contacto con la frontera musulmana no fue precisamente para atacarla. En 1303 firmo una paz con Muhammad III, quien se declaraba su vasallo y conservaba gracias a ello, algunas adquisiciones recientes.

Las verdaderas preocupaciones del monarca castellano se encontraban en aquellos momentos, en el interior de los reinos que había empezado a gobernar. Allí los nobles conspiraban con vista a sus propios intereses. El infante Enrique, que murió casi al mismo tiempo que Fernando IV alcanzaba la paz con Granada, maniobraba para impedir la paz con Aragón. El infante don Juan Manuel, dispuesto a entenderse directamente con Jaime II de Aragon, decidió contraer matrimonio con una de sus hijas y rendirle homenaje a cambio de recuperar y conservar sus territorios murcianos . Diego López de Haro, señor de Vizcaya, promovía una conferencia con el rey aragonés para repartir poderes y tenencias.

Al final, las diferencias políticas y territoriales entre Castilla y Aragón trataron de solventarse a través de una sentencia arbitral, con intervención del rey de Portugal, el obispo de Zaragoza y el infante castellano Juan como árbitros o mediadores. Sus decisiones, hechas públicas en la sentencia de Tordesillas (1304 ) trazaron una linea divisoria en Murcia, al tiempo que daban por zanjada la disputa por la Corona castellana a favor de Fernando IV.

Algunos historiadores, sobre todo castellanos, consideran esta sentencia un verdadero despojo, a cambio del cual Fernando IV de Castilla no recibió mas que un reconocimiento, que ya tenía, frente a los infantes de la Cerda. Por otra parte la paz con Aragón no conllevo la pacificación inmediata entre el infante Juan y Diego López de Haro por el señorío de Vizcaya. Sino que supuso una grave perturbación que afectó a la posición política y a la autoridad del propio Fernando IV. Su intervención en la disputa apoyando en principio a su tío el infante, fuese o no afortunada, le trajo bastantes problemas. A Diego López de Haro se unió Juan Núñez de Lara, con quienes Fernando IV sostuvo una breve guerra en la primavera de 1306. no supuso ni mucho menos para él una victoria; al agravamiento de la situación general del reino se añadió un acuerdo final con sus nobles que no acabó de contentar a muchos ni contribuyó a mejorar su posición.

Como penosa secuela tuvo lugar una revuelta protagonizada por Juan Núñez de Lara, a la que Fernando IV apenas pudo hacer frente, terminando por avenirse a un nuevo pacto. El resto de los nobles, ahora con el infante Juan a la cabeza, aprovecharon para imponer condiciones al monarca. Se podría decir que entre 1305 y 1308, Fernando IV sufrió una grave derrota frente a su nobleza. Es posible que para contrarrestar estas dificultades interiores, Fernando intentara buscar en el exterior refuerzos a su autoridad y a su prestigio. Así se ha interpretado a veces su empeño contra el reino de Granada, que caracteriza los últimos años de su reinado.

Desde luego, con lo que si que contó en este caso fue con la alianza, sin duda interesada de su antiguo enemigo, Jaime II de Aragón. En 1309 Fernando IV puso cerco a Algeciras y se apoderó de Gibraltar, mientras que su aliado atacaba por mar Almeria. Sin embargo, las operaciones no fueron mucho mas allá, por falta de medios y dinero y a causa de la traición de bastantes nobles que abandonaron la empresa muy pronto, encabezados por los infantes Juan y Juan Manuel. La sombra de estas intrigas y revueltas nobiliarias acompañaron a Fernando IV hasta su muerte.

Después de su fracaso en Algeciras, que lo obligo a realizar acuerdos con el rey de Granada, parece ser que Fernando IV proyectó librarse violentamente de sus enemigos interiores, sobre todo del infante Juan, al que llegó a tender una auténtica emboscada en Burgos en 1311, con ocasión de las bodas de su hermana Isabel con el duque de Bretaña. El episodio solo sirvió para que enfermara y se agravara progresivamente su estado físico, mientras que el peligro de revueltas nobiliarias en Castilla no solo no decreció, sino que aumentó. El comportamiento de Fernando IV provocó miedo entre muchos y la tuberculosis hizo presa en él como lo había hecho en su padre. Entre recelos, malquerencias, odios y concordias poco estables transcurrió el último año de su vida y de su reinado.

Hasta un hecho particularmente gozoso e importante, como fue el nacimiento de su hijo y heredero, el futuro Alfonso XI el justiciero, se convirtió en una fuente de conflictos y sinsabores. La disputa por la previsible tutoría y regencia dividió aún mas los pareceres de quienes rodeaban a Fernando IV, incluida su mujer, Constanza, partidaria de un grupo nobiliario. No falto quien se resistió a reconocer al heredero o intentó deponer al propio Fernando antes de tiempo, como su hermano Pedro, que por entonces se caso con una infanta de Aragón. Sin embargo, Fernando IV pudo morir ocupando su trono, aunque lejos de las tentaciones cortesanas, en Jaen, cuando había reanudado la ofensiva contra Granada, probablemente la misión que mas le hubiera gustado realizar al frente de los ejércitos castellanos.

SEPULTURA DE FERNANDO IV REY DE CASTILLA.

En septiembre de 1312, poco después de su defunción, los restos mortales de Fernando IV de Castilla fueron trasladados a la ciudad de Córdoba, a pesar de que su cadáver debería haber recibido sepultura en la Catedral de Toledo junto a su padre, el rey Sancho IV, o bien en la catedral de Sevilla junto a su abuelo paterno Alfonso X, y su bisabuelo paterno Fernando III.

No obstante, debido a las altas temperaturas que se dieron en el mes de septiembre del año 1312, la reina Constanza de Portugal, viuda de Fernando IV, y el infante Pedro de Castilla, hermano del difunto rey, decidieron dar sepultura a los restos mortales de Fernando IV en la Mezquita-Catedral de Córdoba. La reina Constanza de Portugal fundo ademas seis capellanías y dispuso que en el mes de septiembre se celebrase el aniversario perpetuo en memoria del difunto rey. Hasta que transcurrió un año desde la defunción del monarca, cuatro cirios ardieron permanentemente junto a su sepultura y, diariamente durante ese año, el obispo de la ciudad y el cabildo catedralicio entonaron responsos una vez al día por el alma del difunto rey junto a su sepultura. En 1371, los restos mortales de Fernando IV y los de su hijo Alfonso XI de Castilla, fueron depositados en la Capilla Real de la Mezquita-Catedral de Córdoba, cuya construcción había finalizado ese mismo año.

En 1728, el Papa Benedicto XIII expidió una bula por la que la Capilla Real de la Mezquita-Catedral de Córdoba quedara adscrita a la iglesia de San Hipólito de Córdoba, y ese mismo año, después de varias rogativas por parte de los canónigos de la iglesia de San Hipólito de Córdoba, que habían solicitado a Felipe V que los restos de Fernando IV y de Alfonso XI fueran trasladados a su colegiata, el rey autorizó el traslado de los restos de los dos monarcas, que estaban sepultados en la Capilla Real de la Mezquita-Catedral de Córdoba.

En 1729 se iniciaron las obras para la terminación de la Iglesia de San Hipólito, que se dieron por finalizadas en 1736, y en la noche del día 8 de Agosto de 1736. con todos los honores, los restos mortales de Fernando IV y de Alfonso XI fueron trasladados a la iglesia de San Hipólito de Córdoba. En la que reposan desde entonces. Al mismo tiempo, los canónigos de San Hipólito trasladaron a su colegiata todos los bienes muebles de la Capilla Real de la Mezquita-Catedral.

En el tramo primero del presbiterio de la iglesia de San Hipólito de Córdoba, alojados en sendos arcosolios, se encuentran los sepulcros que contienen los restos mortales de Fernando IV, ubicado en el lado de la Epístola, y el que contiene los restos de su hijo Alfonso XI, que se encuentra en el lado del Evangelio. Los restos mortales de ambos monarcas se hallan depositados en el interior de sendas urnas de mármol rojo, construidas con mármoles procedentes del desaparecido monasterio de San Jerónimo de Córdoba, y ambas fueron realizadas en 1846, por encargo de la Comisión de Monumentos.

Hasta ese momento, los restos de ambos monarcas se hallaban colocados en sendos ataúdes de madera en el presbiterio de la iglesia, donde eran mostrados a los visitantes distinguidos. Sobre las cubiertas de ambos sepulcros se encuentran colocados sendos almohadones sobre los que se hallan depositados una corona y un cetro, símbolos de la realeza.