LAS SEPULTURAS EN LA IGLESIA.
La costumbre de sepultar los cadáveres en las iglesias y la multitud de enterramientos propios que en todas ellas había, dio lugar a diferentes cuestiones entre los individuos de la Universidad de Beneficiados de las parroquias y los superiores de los conventos de religiosos, porque unos y otros querían hacer los oficios de difuntos, alegando los razones en que cada cual se apoyaba. Muchas gestiones se hicieron para avenirlos, todas inútiles: los frailes alegaban que cuando alguno se mandase enterrar en un convento, a ellos correspondía el ir con su cruz por el cadáver y hacer todos los sufragios, en tanto que la parroquia sostenía que no gozaban de jurisdicción en el barrio y que ella sola tenía derecho a enarbolar su cruz y hacer el funeral en cualquiera iglesia.
En 1656, según un impreso que hemos visto y se conserva en la Biblioteca provincial, todas las comunidades de Córdoba habían acudido en queja contra los beneficiados, por arrollar los derechos de aquellas, dando todos un espectáculo muy poco edificante. En esto murió la esposa de D. Diego Fernandez de Argote, caballero de Santiago, Veinticuatro de Córdoba y vecino del barrio del Salvador, cuya señora se mandó enterrar en la bóveda de su familia, en San Pablo, deseo y orden que a todo trance era indispensable cumplir; vieron al Provisor, este llamó a los curas, y entre todos se convino efectuar el entierro en la espresada iglesia, colocando en lo alto del túmulo de la cruz del convento con el asta embebida y al pié la de la parroquia, la que llevaría el cadáver hasta colocarlo en aquel, siguiendo los oficios la comunidad: hacíase así ; mas no pudiendo el beneficiado del Salvador, Pedro de Mora Fajardo, ver con calma su cruz en segundo lugar, la tomó y, lleno de ira, se subió por el catafalco a ponerla en vez de la otra; los frailes salieron a la defensa de sus derechos, y fue tal la algazara que se armo y los insultos que se dijeron, que hubieran ocurrido algunas desgracias a no intervenir el Corregidor y otras muchas personas respetables, a la sazón allí como parte del duelo.
El haber referido tales sucesos en este lugar, es por contar uno, el mas ruidoso de todos, ocurrido en el barrio de la Magdalena. Falleció en el un sacerdote llamado D. Gomez Solis, quien hizo constar en su testamento el derecho a enterrarse en la iglesia de San Pablo, y el deseo de que así se hiciese; mas el clero parroquial se opuso, pretendiendo llevarlo a la suya: los frailes y los albaceas acudieron en queja a sus jueces competentes, y estos, para ver si arreglaban el asunto amigablemente, mandaron suspender el entierro por un día. En la Magdalena había siete beneficios, una rectoria, un préstamo y una prestamera, desempeñados por diez sacerdotes, los cuales, en unión de sus dependientes y armados de espadas y algunos arcabuces, se presentaron a media noche en la casa mortuoria, sacaron el cadáver del Pbro. D. Gomez Solis y le dieron sepultura en la parroquia, sin esperar mas resoluciones. Semejante atropello empeoró el asunto aumentando las protestas y reclamaciones para la exhumacion del cadáver, que se hizo pasado algún tiempo y cuando este ruidoso pleito vino a un arreglo, dividiendo las ceremonias en dos partes, y cobrando cada cual los derechos que le correspondían.