martes, 23 de febrero de 2010

C Ó R D O B A .


CÓRDOBA EN SU HISTORIA



Córdoba es una ciudad luminosa, cana de civilizaciones, proyectada desde su integridad; que no en balde está situada en el centro geográfico de Andalucía; lo que le permite irradiar su espíritu en todas direcciones, a la vez que propagar sus acentos en aras de su universalidad.


Si a Roma se va por todos los caminos, a Córdoba su accede por el del noble trazado que le determinó el hecho de ser encrucijada de culturas. Situada entre las suaves ondulaciones últimas de Sierra Morena y la campiña dorada por un sol, que por ser de justicia, sentencia de fisonomías el trigo, el olivo, y la vid, Córdoba -que es equilibrio supremo- se asienta entre las orillas del histórico rió Guadalquivir, reflejando en él sus torres coronadas.


Córdoba fue ibérica, fenicia, griega, romana, visigótica y mora. Lejana, por su recato en darse, y sola, porque posee los inmortales silencios característicos de las cumbres.

Córdoba fue re4cinto amurallado, y aun atesora los nombres de sus puertas. De entre ellas, destaca la llamada “Puerta del Puente”, terminal renacentista de la vía que sustenta el viejo puente romano, erigido en lo primitivo por diez y seis arcos. En la margen izquierda del río, la fortaleza medieval de la Calahorra, aporta su hito histórico de carácter monumental.


Los aconteceres históricos de Córdoba se entroncan perfectamente con su emplazamiento físico, son base para una futura ciudad clave, cuya belleza sólo puede ser corregida para ser aumentada, pues no en balde es una de las pocas poblaciones del mundo que esté considerada foco de destino universal.

jueves, 4 de febrero de 2010

SAN JUAN DE LOS REYES.



SAN JUAN DE LOS REYES


A tiro de ballesta de la Puerta del Cambrón, en pleno barrio judío, en un pequeño rellano del terreno, magnífico mirador desde el cual se contemplan las colinas de los cigarrales y la planicie de la vega, coronado por su cimborrio octogonal y flanqueado de contra-fuertes se levanta el rectángulo pétreo de San Juan de los Reyes.


El punto de partida del edificio es la Batalla del Toro (1476) que decide la sucesión al trono de Castilla, entre los seguidores de la Beltraneja y los fieles a los jóvenes príncipes Isabel y Fernando.


La victoria reafirmada en el trono a la real pareja, y como hito del acontecimiento. Isabel decide construir el Monasterio como Templo votivo y Panteón Real.


El arquitecto, Hans Waas, españolizado Juan Guas, es el arquitecto-escultor que lleva adelante la empresa. Guas, nació en un pueblecito de la Bretaña, Saint-Pol de León, llegó a Toledo niño, como su padre, Pedro, que formaba parte del grupo de escultores que acompañaban a Hanequin de Bruselas. Se cría y educa en Toledo, se casa con Marina Alvarez, de Torrijos y madura su formación en el circulo de escultores flamencos que trabajan en la Puerta de los Leones. A pesar de su nacimiento, es un toledano por educación por temperamento y en su inspiración, castizamente toledana.


Sus formas sin flamígeras pero su raíz vocabulario artístico son toledanos, por ello, San Juan de los Reyes, será un gótico inspirado en el tuétano del mudejarismo local.


Iglesia. De una sola nave, con cuatro tramos de bóvedas muy complejas, y en los pilares de acceso al crucero, se levantan las tribunas reales. La concepción y tratamiento, no son para cincel de cantero sino para buril de joyero.


Rodeando la tribuna, se repiten las iniciales de los nombres reales, Fe e Y, terminando con un antepecho calado.


El presbiterio que debería albergar los túmulos reales, ostenta las más fastuosa decoración parietal nunca vista. Jamás con un elemento heráldico, rítmicamente repetido, se ha labrado tanta belleza y eficiencia decorativa.


El águila de San Juan, a cuya devo0ción está consagrado el templo, sostiene entre sus garras los escudos reales, flaqueados por el yugo y las flechas.


Habrá obras más puras en el gótico, no más ricas ni más deslumbradoras.


Retablo. El original, junto con la sillería y la biblioteca, se destruyeron en el saqueo de la guerra napoleónica. El actual es obra de Francisco de Comontes, y trasladado del Hospital de Santa Cruz, los escudos de Mendoza, delatan su procedencia.


Por encima del retablo, un hermoso lienzo, con la alegoría de la “Defensa del dogma de la Concepción” obra del malogrado Romero Carrión en 1967.


Claustro. Al morir Juan Guas en 1496, lo continuaron siguiendo su pauta sus colaboradores, hermanos Egas, terminándolo en 1504.


La armonía de las proporciones de sus amplios ventanales, partidos por un finísimo mainel, se complementa con la decoración calada, obteniendo delicadeza de encaje. Se enriquece este extraordinario claustro con una colección de estatuas a lo largo de las cuatro crujías.


El claustro alto. De ventanales mixtilineos, (curva-recta-curva) obra personal de Guas, va cubierto de un artesonado policromado, añadido posteriormente, donde se repite rítmicamente el Yugo y las flechas y los emblemas de los diversos reinos de España.


Al exterior. La actual portada se abrió mucho más tarde, según diseño de Covarrudias (1610) y desdice del conjunto.


En los muro de granito, cuelgan las cadenas o grilletes de los cautivos cristianos, liberados al ir conquistando lasa diversas ciudades y fortalezas del reino nazarí y que el 2-1-1492 culmina con la rendición de Granada.


martes, 2 de febrero de 2010

MEDINAT AL-ZAHRA




MEDINAT AL-ZAHRA


En esta ciudad palatina, de la que puede asegurarse que es joya y obra cumbre del Califato de Córdoba, pudieron desarrollarse las historias narradas en “Las mil y una noches”


Cuenta la historia que, continuando la costumbre arraigada en la dinastía de los Omeyas de erigir su morada personal en las afueras de las ciudades, Abd al-Rahman III, decidió la construcción de Medinat al-Zahra en noviembre del año 936 bajo la dirección de su hijo, el futuro califa al-Hakam II. Los trabajos se prorrogaron durante cuarenta años. De forma rectangular y amurallada, la planta de esta ciudad -de un kilómetro y medio de largo por la mitad de ancho-, es equivalente a unas 120 hectáreas.


El afamado Salón del trono -o de los Visires- lucía mármoles muy variados, jaspes transparentes y un techo con cúpula cubierto de oro y plata del que pendía una perla, regalo del emperador de Bizancio. El conjunto estaba iluminado por una alberca llena de mercurio que reflejaba los rayos del sol.