miércoles, 23 de enero de 2013

EN LA RUTA DEL CALIFATO

EN LA RUTA DEL CALIFATO 



MONTILLA

Distancia a Córdoba 44 kilómetros, a Granada 124.
Población aprox. 25.000 habitantes.

La sombra del castillo de los condes de Alcaudete y duques de Frías de Montemayor nos acompaña a la salida del pueblo en dirección a Montilla -unos doce kilómetros- que recorremos por la N-431 dejando a la derecha La Rambla después de pasar por La Salud. Tras tomar la A-309, la carretera se desvía.









La procedencia etimológica del nombre de la actual población de Montilla nos lleva a pensar en nombres como: montícula, montejo, mota, montoro, montijo y montiel y otras denominaciones de pueblos y ciudades de España con referencias a monte o montecillo en sus diversas versiones.
Pero en el caso concreto de Montilla la historia viene de lejos. Ya desde el Paleolítico Inferior, las industrias de los Cantos Trabajados testifican el paso de los hombres por el lugar sobre el que se asienta esta ciudad. El utillaje del conocido como Tesoro de Montilla, lítico musteriense y solutrense, queda reflejado en las puntas de flechas, readeras, buriles, lascas y muescas y tantos otros utensilios. También el período Neolítico dejó por este lugar sus huellas cargadas de interés y cultura. La irrupción de los metales en el Calcolítico aporta nuevas, elocuentes y preciadas muestras y es importante citar el desarrollo alcanzado en la Edad del Bronce. Los íberos dejaron, asimismo, sus huellas sobre todo en objetos de hierro y exvotos de bronce. Muchas piezas de cerámica y terra sigilata proclaman la presencia romana con varias villas en su término. La ascendencia andalusí queda igualmente patente y se refleja en los restos del antiguo castillo y en diferentes objetos como platos de cerámica califal del siglo X, cántaros con decoración digitada, una lauda funeraria y un capital de avispero. Existe constancia de que la mayor parte de las tierras de Montilla estaban incluidas en la demarcación de Poley, que se corresponde en la actualidad con la población de Aguilar, dependiente entonces con la cora de Cabra. 
La primera vez que esta población es citada con su actual nombre es en el año 1371 cuando el rey Enrique II se la concedió en mayorazgo al alcalde mayor de Córdoba, don Lope Gutierrez. De sus manos pasó enseguida a las de don Gental Fernández de Córdoba como parte del territorio de los Marqueses de Priego. Este titulo fue una concesión de Fernando El Católico. Pronto, Montilla se convirtió en capital de un extenso señorío y adoptó la típica configuración de una villa-fortaleza ubicada en la frontera entre territorios.
El vino de Montilla
Montilla, uno de los hitos más importantes de Ruta del Califato de El Legado Andalusí, justifica una y muchas visitas. Basta y sobra con descubrir, además de su historia, otros argumentos tan decisivos en cualquier programación turística como el vino y la Denominación de Origen con la que se identifica y hace célebre su nombre tanto dentro como fuera de España. Montilla sabe a vino del bueno por todos sus costados y esta condición se hace presente en multitud de viajes culturales y turísticos.
Otras razones que proclamen el interés de Montilla como oferta turística en este mismo contexto en su relación con personajes tales como el Gran Capitán, nacido en esta población, y Miguel de Cervantes que la mencionó en sus obras  después de haberla visitado en repetidas ocasiones. También hay que nombrar a dos santos del calendario o año cristiano: San Juan de Ävila y San Francisco Solano que nacieron o vivieron en esta ciudad lo que contribuyó a acrecentar el interés de muchos por visitar los lugares relacionados con ellos
La visita a Montilla puede iniciarse por el lugar en el que se asentaba su castillo donde se alojaron los Reyes Católicos. Después de admirar las hermosas vista de la campiña cordobesa, hay que celebrar su reconversión en sede del Museo Temático de los Vinos de Andalucía.
En las bodegas de Montilla "toman cuerpo" y se revisten de su prestigiosa Dominación de Origen algo así como unas 70.000 botas de crianza. .    


miércoles, 16 de enero de 2013

PASEOS POR CORDOBA

EL PINTOR ANTONIO DEL CASTILLO

Es creencia muy admitida, que en la calle de los Muñices tuvo su morada y murió en 1667 el pintor cordobés Antonio del Castillo y Saavedra, que había nacido en 1603; discípulo de su padre Agustín, de su tío Juan del Castillo y de Francisco Zurbarán, llego a adquirir gran fama por su corrección, particularmente en el dibujo, como se ve en las muchas obras que dejo y en su mayor parte se conservan. Fue maestro del celebre Juan de Alfaro, de quien después tuvo celos, y por último paso a Sevilla, donde el ver las obras de Murillo, a quien no podía igualar, cayó en una especie de melancolía que lentamente lo llevo al sepulcro. No hemos encontrado la partida de defunción en la parroquia de la Magdalena.
Aisladas encontramos también las llamadas callejas de Santa Inés, puesto que al terminar lo hacen en la plazuela de los Huevos, que en parte pertenece a San Andrés; por esta razón nos ocupamos a seguida de la calle Muñices. Dalas nombre un convento de monjas franciscanas con aquella advocación, fundado por dos hermanas llamadas Leonor y Beatriz Gutierrez de la Membrilla, religiosas en Santa Clara, de cuya comunidad se separaron en 1475 para llevar a cabo esta fundación que tuvo principio por un beaterio, como otros muchos que hubo en Córdoba. Era el convento bastante grande, no así la iglesia que no pasaba de una mediana extensión, de buena forma, coros alto y bajo frente a el altar mayor, y los retablos y demás adornos, del gusto introducido es casi todos los templos de Córdoba en época poco floreciente para las artes. Eran patronos los Marqueses de Villaverde, por haberse hecho la iglesia en terreno de su familia y costeado la capilla mayor, donde los Aguayos tenían enterramiento.
La comunidad fue siempre muy considerada por las repetidas muestras de virtudes que dieron las religiosas, muchas de las que murieron en opinión de santas y hemos visto citadas en diferentes escritos. Las mas notables fueron Sor María Ana de Córdoba, de la casa de su apellido, a cuyos bienes y comodidades renunció: consagrándose a la oración y silicios, contrajo una enfermedad de que murió en 1590; Sor Constanza de Rivera, llegó a adquirir gran fama de santidad y murió en 1600, y Sor María del Puerto, natural de Córdoba, como las anteriores, en el claustro María del Corpus Cristi, de la cual se cuenta muchos y portentosos milagros, como el ver desde su celda una procesión en la Santa Iglesia Catedral, dando razón hasta de los mas minuciosos detalles; el haber conseguido que de pronto se viese un guindo de su convento cubierto de hermoso y sazonado fruto, cuando se encontraban en Navidad, y otros casos extraordinarios que le atrajeron la admiración; todos acudían ansiosos a consultarle sus pesares. Su fervorosa devoción al Santísimo Sacramento, le hizo fundar una cofradia muy numerosa que llegó a obtener la aprobación de su Santidad, alistándose en ella todo lo mas principal de Córdoba. Cargada de padecimientos que sobrellevó con una resignación admirable, murió en 1630, acudiendo multitud de gente en demanda de reliquias y rogando que tocasen los rosarios y otros objetos al cadáver de aquella esposa de Jesucristo, y por último Sor Catalina Poderoso que hacia 1820 hizo algunas poesías a San Rafael, en las que reflejaba su aversión al sistema constitucional que entonces dominaba. En este convento dicen estuvo Dª. Elvira de Bañuelos, de cuya tradición nos ocuparemos mas adelante.
En el archivo de la Universidad de Sres. Beneficiados de esta capital, hemos visto un acta de todo lo ocurrido en el terremoto que se sintió en Córdoba al día 1º de noviembre de 1755, y en ella se dice, que entre las pocas desgracias que afortunademente hubo, se contaba la de una niña que estando en la iglesia de Santa Inés advirtió moverse la santa, y creyendo que era llamada, se acerco al mismo tiempo que la escultura se le cayó encima, causándole una herida en la cabeza. En 23 de septiembre de 1733 hubo una gran tormenta, y de los varios rayos que cayeron uno fue en Santa Inés junto a una monja, sin causarle el menos daño.




De Ramirez de Arellano.