miércoles, 16 de enero de 2013

PASEOS POR CORDOBA

EL PINTOR ANTONIO DEL CASTILLO

Es creencia muy admitida, que en la calle de los Muñices tuvo su morada y murió en 1667 el pintor cordobés Antonio del Castillo y Saavedra, que había nacido en 1603; discípulo de su padre Agustín, de su tío Juan del Castillo y de Francisco Zurbarán, llego a adquirir gran fama por su corrección, particularmente en el dibujo, como se ve en las muchas obras que dejo y en su mayor parte se conservan. Fue maestro del celebre Juan de Alfaro, de quien después tuvo celos, y por último paso a Sevilla, donde el ver las obras de Murillo, a quien no podía igualar, cayó en una especie de melancolía que lentamente lo llevo al sepulcro. No hemos encontrado la partida de defunción en la parroquia de la Magdalena.
Aisladas encontramos también las llamadas callejas de Santa Inés, puesto que al terminar lo hacen en la plazuela de los Huevos, que en parte pertenece a San Andrés; por esta razón nos ocupamos a seguida de la calle Muñices. Dalas nombre un convento de monjas franciscanas con aquella advocación, fundado por dos hermanas llamadas Leonor y Beatriz Gutierrez de la Membrilla, religiosas en Santa Clara, de cuya comunidad se separaron en 1475 para llevar a cabo esta fundación que tuvo principio por un beaterio, como otros muchos que hubo en Córdoba. Era el convento bastante grande, no así la iglesia que no pasaba de una mediana extensión, de buena forma, coros alto y bajo frente a el altar mayor, y los retablos y demás adornos, del gusto introducido es casi todos los templos de Córdoba en época poco floreciente para las artes. Eran patronos los Marqueses de Villaverde, por haberse hecho la iglesia en terreno de su familia y costeado la capilla mayor, donde los Aguayos tenían enterramiento.
La comunidad fue siempre muy considerada por las repetidas muestras de virtudes que dieron las religiosas, muchas de las que murieron en opinión de santas y hemos visto citadas en diferentes escritos. Las mas notables fueron Sor María Ana de Córdoba, de la casa de su apellido, a cuyos bienes y comodidades renunció: consagrándose a la oración y silicios, contrajo una enfermedad de que murió en 1590; Sor Constanza de Rivera, llegó a adquirir gran fama de santidad y murió en 1600, y Sor María del Puerto, natural de Córdoba, como las anteriores, en el claustro María del Corpus Cristi, de la cual se cuenta muchos y portentosos milagros, como el ver desde su celda una procesión en la Santa Iglesia Catedral, dando razón hasta de los mas minuciosos detalles; el haber conseguido que de pronto se viese un guindo de su convento cubierto de hermoso y sazonado fruto, cuando se encontraban en Navidad, y otros casos extraordinarios que le atrajeron la admiración; todos acudían ansiosos a consultarle sus pesares. Su fervorosa devoción al Santísimo Sacramento, le hizo fundar una cofradia muy numerosa que llegó a obtener la aprobación de su Santidad, alistándose en ella todo lo mas principal de Córdoba. Cargada de padecimientos que sobrellevó con una resignación admirable, murió en 1630, acudiendo multitud de gente en demanda de reliquias y rogando que tocasen los rosarios y otros objetos al cadáver de aquella esposa de Jesucristo, y por último Sor Catalina Poderoso que hacia 1820 hizo algunas poesías a San Rafael, en las que reflejaba su aversión al sistema constitucional que entonces dominaba. En este convento dicen estuvo Dª. Elvira de Bañuelos, de cuya tradición nos ocuparemos mas adelante.
En el archivo de la Universidad de Sres. Beneficiados de esta capital, hemos visto un acta de todo lo ocurrido en el terremoto que se sintió en Córdoba al día 1º de noviembre de 1755, y en ella se dice, que entre las pocas desgracias que afortunademente hubo, se contaba la de una niña que estando en la iglesia de Santa Inés advirtió moverse la santa, y creyendo que era llamada, se acerco al mismo tiempo que la escultura se le cayó encima, causándole una herida en la cabeza. En 23 de septiembre de 1733 hubo una gran tormenta, y de los varios rayos que cayeron uno fue en Santa Inés junto a una monja, sin causarle el menos daño.




De Ramirez de Arellano.
    
      

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