LEYENDAS Y CURIOSIDADES EN EL REINO DE CÓRDOBA
EL AVARO JUDÍO
Un
hombre, pobremente vestido, está sentado delante de una mesa. La
habitación está casi vacía, salvo por la silla donde se sienta, un
tablón desgastado que le sirve de mesa y una vieja arqueta en el
suelo. Frente a él, en la mesa, amontona monedas de oro y joyas a
medida que los cuenta.
Llaman
a la puerta. Se apresura a guardarlo todo en la arqueta antes de
salir. Allí hay una mujer, que angustiada, comienza a contarle su
historia. Es pobre, apenas le queda nada y no tiene qué comer.
Necesita dinero. El avaro la mira en silencio, sin responder. No le
impresiona la historia. La ha oído cientos de veces y la respuesta
es siempre la misma.
-
¿Qué puede ofrecerme a cambio?
-
Nada tengo, señor, salvo mi casa.
-
Eso valdrá -responde, haciéndole saber los términos del acuerdo.
La
mujer, al oír el el alto interés que tendrá que pagar, comienza a
llorar y suplica no sea tan severo. Él responde que nada puede
hacer: es un negocio y lo demás, no le importa. Después guarda
silencio. La mujer, finalmente, se ve vencida, y asiente con la
cabeza. Él redacta el papel; ella lo firma, hecho lo cual, se dirige
con gesto cansado al interior de la casa: se escucha el abrir y
cerrar de puertas y al cabo de unos minutos, vuelve el avaro con el
dinero prometido. Ella lo toma, le entrega el papel y se marcha.
El
viejo, al verla salir, retoma su trabajo. Saca el dinero y lo cuenta.
Una vez terminado, lo anota en un pequeño libro que guarda en el
arcón, del que saca una bolsa donde introduce el dinero. Lo toma y
marcha a guardarlo. Mientras baja las escaleras del inmenso sótano
donde guarda su riqueza, piensa en lo cansado que está, y murmura
que, pase a todo, debe seguir con el negocio, aún no es bastante su
riqueza.
Al
subir, encuentra a su hija. Una mujer joven, casi una niña. Se
dirige a la cocina, a preparar la cena. El viejo, de nuevo en la
habitación, apaga la vela, para ahorrar, y se sienta. Apenas han
pasado unos momentos cuando su hija lo llama. Hay en caballero en la
puerta que pregunta con ti, le dice. “Muy bien, ahora lo atiendo”.
Ella asiente y se marcha. Sale al zaguán donde un hombre joven lo
espera. Al verlo, desaparece la sonrisa de su rostro, dando a
entender el profundo desagrado que el viejo le provoca.
-Tenga
buena noche, señor.
-Aquí
tienes tu dinero, señor. Cuéntalo si quieres- dice a modo de
respuesta.
-Por
supuesto. Di mi palabra, y ahora cumplo.
-Entrégame
el papel que te firmé y acabemos con esto- dice agriamente.
El
viejo, sin responder, le tiende el papel. El caballero lo toma con
gesto violente, da media vuelta y sin despedirse, sale de la casa.
El
viejo lo observa mientras se marcha. Y después, con una sonrisa, se
vuelve hacia el saco que el caballero ha dejado en el suelo. Intenta
cogerlo, pero es demasiado pesado. Por varias veces lo intenta, sin
-éxito. Finalmente, decide llamar a su hija.
Ella,
siempre solícita, escucha atentamente a su padre. Nunca ha bajado al
sótano, y trata de memorizar las instrucciones. Finalmente, toma la
vela y se dirige a la entrada. Levanta la tapa y se adentra por el
hueco de las escaleras. Al legar a bajo, repite las instrucciones: a
la derecha, después a la izquierda.... Así, recorre varios
pasillos. De pronto, se estremece y mira alrededor asustada. Una
corriente de aire apaga la vela y queda a oscura en medio del
laberinto. Duda entre seguir o regresar y, a tientas, busca el camino
de vuelta, pero la oscuridad y el miedo la traicionan y no encuentra
el camino. Finalmente, comienza a llamar a su padre. Pero la
respuesta que obtiene es el eco de su propia voz. Espera, pero nada
ocurre. Se desespera y empieza a gritar y gritar....
El
viejo mira intranquilo el hueco del sótano. “Debía haber
regresado ya”, pie3nsa.... y es entonces cuando escucha la voz que
lo llama..... Toma una vela y baja con rapidez. Se mueve con agilidad
por los pasillos, pero cada vez que se acerca a la voz, esta suena en
otra parte o se vuelve lejana.... Así las horas pasan y el viejo,
cada vez más desesperado, busca sin cesar. Finalmente, decide pedir
ayuda. El sitio es demasiado grande y por eso no la encuentra, dice
intentando tranquilizarse.
Una
vez en la calle, comienza a gritar a sus vecinos “¡Ayuda”.
Estos, somnolientos, se asoman a la ventana para ver qué ocurre. Al
verlo ponen cara de desagrado, la mayoría vuelve adentro, pero
algunos, deciden bajar. El viejo, intentando parecer sereno, les
cuenta:
-Mi
hija bajó anoche al sótano y no regresó. La he buscado toda la
noche, pero no consigo encontrarla; es demaciado grande para una sola
persona. Si tuvierais a bien ayudarme....
Los
vecinos se miran extrañados. Cómo puede una persona perderse en un
sótano -se preguntan. El viejo les responde:
-En
realidad, es una red de pequeñas galerías, casi un laberinto. Tiene
tantas galerías y pasillos que es fácil desorientarse y perderse
dentro: es por esto que yo solo no puedo. Les ruego....
Suenan
de nuevo murmullos, pero una voz se levanta sobre el resto y dice:
“Vamos”
Al
oírlo, todo el mundo calla y lo sigue hacia la casa del anciano.
Allí toman cuantas velas y candiles pueden y bajan al sótano, donde
comienzan a buscar. Comienzan llamando a la muchacha, pero al oír la
débil voz, callan y escuchan. Se mueven de un lado a otro,
incansables. Las horas pasan y el viejo está casa vez más alterado.
Finalmente, los oye que suben todos, y suspira aliviado. Pronto, su
cara se torna en mueca a ver que vuelven sin la niña.
-Es
imposible, señor. La voz se acerca y se aleja de nosotros. Quizá
haya salido ya, y lo que hemos oído sea el eco.
Sin
más respuesta que un encogerse de hombros y un “lo siento”, el
grupo sale de la casa.
Allí
queda el viejo solo.
El
viejo, como cada noche, se sienta en un sillón. Pero ya no cuenta el
dinero. Sólo escucha, aterrorizado, angustiado, la voz que día tras
día, al caer la noche, comienza a sonar, llamándolo a gritos.
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