miércoles, 15 de abril de 2009

J U D E A


YO SOY LA VERDAD


" El Evangelio está siempre en camino", dice un comentarista de los Hechos de Lucas, quien efectivamente concibe el Evangelio de Jesús como un cuidadoso camino preparatorio que conduce, y tiene su complemento, en la ardua subida a Jerusalén, y de Jerusalén al Calvario, lugar extremo de su peregrinaje por el corazón inhóspito del hombre.

En la agenda del peregrino, seguir el camino de Jesús no puede reducirse a rutinario entretenimiento ni a mero ensayo cultural, ajeno al compromiso de asistirle en el trance más angustioso y al mismo tiempo vivificador de su muerte. Si aquí la muerter y resurrección de Cristo nos despersonalizó de nuestra identidad pecadora y nos documentó con una nueva caracterización espiritual que nos asimila a Cristo, asomarse a este mapa de la patria de Cristo no puede ser sólo amar las ruinas y escombros dolorosos de la historia. Nos cumple singularmente amar al capítulo esencial de la salvación, ocurrido entre las páginas de la añeja historia de este pueblo, extraño país de empinadas tierras y duros caminos, en cuya tierra quiso encarnarse la verdad que nos salva y se hizo siembra que crece en nosotros mismos.

Percibir su mensaje como nuestro y percibir al sembrador haciéndonos suyos, es tanto como habilitarnos para oírla ya siempre en todas las instancias de nuestra vida y capacitarnos para hacerla extensiva a los demás, convirtiendo nuestra mano en una mano labradora más que la disemina como grano salvífico en nuestra inmediaciones. Y es que nos importará sobremanera entonces que otros con buena disposición, con avidez de verdad, la oigan, porque " Todo el que es de la verdad oye mi voz", dice Jesús. (In. 18,37).

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