Publicado en el Suplemento nº 15 de AULACE, en el diario El faro de Ceuta.
Nos encontramos inmersos en la "crisis", palabra de la que tanto ha huido nuestro Gobierno, pero que al fin campea en la primera de los periódicos. Un desasosiego infernal afecta a "todo el mundo mundial". Hasta los pobres están pendientes de las bolsas más lejanas, preocupados porque el "nikei", que se hunde en el pozo de los índices bursátiles, como si en ello les fuera la vida. Piensan -pensamos, porque entre ellos me incluyo, por no tener nada que perder- que un caballo arrebatacapas se ha unido a los cuatro del Apocalipsis, presagiando el fin del mundo. Y es que el dinero, a pesar de las sabias reflexiones de Confucio que me envía un buen amigo desde la cárcel de Huelva, y que a continuación transcribo, nos enajena. Vean lo que legó a sus devotos el Confucio del Oriente lejano:
Estoy seguro de que casi todos los que lean las sentencias confucianas, -que no confusas- estarán conformes con ellas; lo que no ha de quitarles el canguelo que les embarga cada vez que leen alguna tenebrosa noticia, como -por ejemplo-que Islandia se declaró hace unas semanas en quiebra o que Solbes asegure con pasión, una y otra vez, que nuestra banca es la más honesta e inquebrantable de todas las del universo. ?Por qué insistirá tanto, se preguntaran¿.
Y es que el dinero, desde que lo inventó algún listillo personaje perdido en los recovecos de la historia no escrita, no parece ser tan "desdeñable" como sugiere Confucio, pues es " poderoso caballero", según Quevedo, que disloca y entenebrese los sentimientos de los hombres, hasta llevarlos a cometer las más terribles y estúpidas acciones, como -incluso- quitarse la vida, tras eliminar a toda su familia, como hizo hace poco un cliente de Wall Street.
A pesar de no poder comprar con él -con el dinero- las cosas que indica Confucio en su letanía, la verdad es que el dinero "es un consuelo", como dijo Platón, y "garantía de que se podrá obtener con él lo que se quiera en el futuro", como señalaba Aristóteles. El que los pobres censuren y critiquen a los ricos y digan que " el dinero no les procura la felicidad", no quita el que no lo deseen con todas sus fuerzas, pues "los males con pan, son menos". El epulón se pasa, sin embargo, los comentarios de Confuso por el arco del triunfo, y terminará por asumir las aseveraciones del cínico Horacio que decía que "el populacho puede silbarme, pero cuando voy a mi casa y pienso en mi dinero, me aplaudo a mí mismo" ("Ande yo caliente y ríase la gente"), ya que "la virtud va en pos del dinero".
Lo grave del asunto es que la "volatilización del dinero, efímero en su vuelo globalizador y escondido en no se qué ocultos bolsillos. trae aparejado el desempleo, la inflación, la desesperación, la enfermedad, las hambrunas y la miseria. Y cuando la crisis pase, los ricos serán más ricos-aunque no puedan comprar ni el hogar, ni el sueño, el tiempo, el conocimiento. el respeto, la salud, la vida o el amor- y los pobres sarán más pobres, y a pesar de las máximas orientales, habrán perdido techo, sueño, tiempo, salud y lo que es peor, seguirán sin ser respetados.
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