CÓRDOBA EN EL ALMA
Los cordobeses en contra de la inquisición
La
inquisición no tenia potestad sobre los no bautizados, por lo tanto,
tampoco sobre los judíos. Aunque sus victimas fueron los judíos y
los árabes que después de bautizados, volvieron o creían que
volvían, a la práctica de su antigua fe.
Los
nombres que se le han dado han sido muchos, entre ellos, marranos,
conversos....
Para
una ciudad como Córdoba donde la multiculturalidad ya existía desde
hacia siglos, fue un enorme filón para enjuiciar y enviar a la
hoguera a miles de personas en nombre de un Dios.
En
Córdoba, el Santo Oficio debe su leyenda negra a individuos como el
siniestro Diego Rodriguez de Lucero, inquisidor de la diócesis de
Córdoba en la primera década del siglo XVI. Lucero condenó a la
hoguera a mas de doscientas personas en poco mas de cuatro años. Y
presidió el mas sanguinario de los autos de fe celebrados en España,
que acabó en pocas horas con la vida de mas de cien personas.
El
descontento de la población cordobesa hizo que en diferentes
ocasiones apelaran al inquisidor General así como al rey Fernando
por la destitución del inquisidor por su crueldad, fanatismo y
violencia no consiguiendo su propósito en los cinco años próximos.
La
intransigencia y crueldad del inquisidor Lucero en la utilización de
torturas despiadadas, hacían que cualquier persona dijera lo que
este quería llevando a la hoguera a mucha gente que jamás había
hecho nada, solo por el comentario de algún vecino malicioso.
Y
esto, acabo por suscitar la animadversión de los cordobeses, que con
la venia del marqués de Priego, se levantó en armas contra Lucero
un 9 de noviembre asaltando la cárcel inquisitorial, que no era otra
que el Alcázar de los Reyes cristianos, y soltando la increíble
cifra de cuatrocientos presos, que se encontraban dentro. El
inquisidor, ante la magnitud de los hechos, se vio obligado a escapar
en una mula por la puerta del huerto del Alcázar.
Los
cordobeses, con todo, continuaron largo tiempo, respirando por la
herida. v. cerca de 1571. Pedro Gutierrez, nieto de Pedro López
Racino, hebreo depurado por el Santo Oficio, hubo de comparecer ante
los magistrados de la inquisición de Córdoba, acusado de haber
dicho que, en tiempos de Diego Rodriguez de Lucero, muchos paisanos
habían muerto sin culpa.
Lo
cierto, sin embargo, es que la inquisición de Córdoba fue a lo
largo del siglo XVI y después de que el pueblo fuera contra el
inquisidor, una institución de escaso relieve y que de hecho, el
número de condenados a la hoguera después del trágico mandato de
Diego Rodriguez de Lucero no paso a todas luces de las dos decenas.
El
auto de fe, en efecto,se convirtió poco a poco, en una especie de
confesión pública, y la mayoría de los procesos inquisitoriales se
saldaban, por lo visto con la prescripción de un par de oraciones y
alguna que otra misa. Y los magistrados del Santo Oficio de Córdoba
se volvieron comprensivos y benévolos y tenían en cuenta, según
sus dictámenes multitud de circunstancias atenuantes.
El
empleo del tormento contra lo que se suele pensar, fue ya inusual en
el Santo Oficio de Córdoba. No era extraño por lo demás, que los
acusados fuesen puestos en libertad por defectos de probanza. Así
ocurrió a modo de ilustración, con Alonso de Castro, soldado de
Lucena, pueblo de Córdoba que sospechoso de haber alabado a los
luteranos, fue empero, absuelto y liberado el día 24 de octubre de
1563.
Pedro
Jurado, carpintero y vecino de Córdoba, compareció allá por el
1571 en auto de fe, había sostenido que la promiscuidad no era
pecado, y que el hombre que no mantenía relaciones sexuales con
varias mozas, literalmente y de acuerdo con la transcripción de
Rafael Gracia Boix “no era hombre, sino un mariconazo”, fue
condenado sin mas a reconocer lo errado de su opinión.
El
fenómeno de las denuncias falsas estaba mas extendido de lo que se
suele creer. Existían y estaban castigadas con penas muy rigurosas.
Sirva de ejemplo el caso de Francisco Guerra que denunció a ciertos
presuntos luteranos y recibió a cambio trescientos azotes, una multa
exorbitante y once años de destierro; o de Juan Guillen, pastelero,
que con la colaboración necesaria de Gonzalo Rosado, servidor del
calumniado, acusó a su suegro de seguir la secta de Lucero y hubo de
sufrir a modo de recompensa, cuatrocientos azotes y seis años en
galeras; o de Juana Pérez, que testificó con malicia en contra de
su propio marido y recibió el dia 19 de marzo de 1564, medio
centenar de azotes en castigo de su culpa.
El
pueblo llano ignoraba por completo las sutilezas de la doctrina
cristiana y de hecho, cabe atribuir gran parte de las amonestaciones
de los magistrados del Santo Oficio de córdoba a supersticiones.
Andres
Hernandez, vecino de Baeza, hoy pueblo en la provincia de Jaén,
depuso a principios de la década de 1590, ante los magistrados del
Santo Oficio; había dicho en público que la simple fornicación no
era en absoluto pecaminosa, y que en fin, “ mas valía ir a las
mujeres que a las borricas”, el reo se comprometió a escuchar una
misa y el caso quedó de inmediato cerrado.
Hubo
por lo demás, algún que otro penitenciado en Córdoba a lo largo
del quinientos, por haber falsificado una prueba de limpieza de
sangre. Fue el caso sin ir mas lejos, de Francisco y Pedro Gutierrez,
hermanos, nietos del hebreo Pedro López Racimo, ambos escribanos,
vecino el primero de Baena y el segundo de Córdoba; uno y otro se
acogieron a cierta amnistiá y la causa en consecuencia quedó
sobreseída cerca de 1571.
Fue
asimismo. El caso de Juan de Baena, vecino y juez de Córdoba, que
oculto su origen hebreo con miras a ingresar en la corporación
pública; fue condenado, una vez descubierto, a pagar una sustanciosa
sanción económica y hubo en fin de cumplir un año de destierro.
Juan de Baena arrastro consigo a nueve amigos que por hacerlo un
favor, habían testificado que el buen hombre era cristiano rancio, a
sabiendas de que no era cierto.
Lo
cierto, sin embargo, es que el número de hebreos penitenciados por
el Santo Oficio de Córdoba después de la destitución de Diego
Rodriguez de Lucero fue a todas luces; la comparecencia pública de
una decena de cristianos nuevo, vecinos de Baena el día 18 de abril
de 1574 fue sin lugar a dudas, extraordinaria, ninguno de los
conversos por cierto acabo en las llamas de la Inquisición, los
sucesores de Lucero, en efecto poco amigos de recurrir a la hoguera,
dictaron contra la mayoría de los comparecientes peñas de cadena
perpetua y confiscación de bienes.
El
caso de Antonia de Buenrostro, viuda y natural de Córdoba, fue a lo
que parece, el primero de una muy larga lista. Compareció ante los
inquisidores de Santo Oficio cerca de 1571, acusada de haber invocado
demonios, y fue de inmediato absuelta por defecto de probanza.
Las
hechiceras, en cualquier caso, fueron las protagonistas del auto de
fe habido el día 8 de Diciembre 1572, en la ciudad de Córdoba.
Catalina Rodriguez, Leonor Rodriguez “La Camacha” Mari Sánchez
“La Roma”, y Mayor Díaz, todas ellas vecinas de la localidad de
Montilla, comparecieron en compañía de Ana Ortiz de Baena, y
Rodrigo de Narvaez de Jaén. Confesaron haber hecho pacto con el
diablo, trazando círculos en el suelo con el objeto de invocar
demonios, y celebrado de noche ceremonias rituales en el cementerio
de la localidad.
Recibieron
en consecuencia, cien azotes de Córdoba, cien en Montilla, pagaron
una multa de ciento cincuenta ducados, La pena en cambio, Mayor Díaz
no recibió ni un solo azote, su pena consistió sin mas, en la
vergüenza pública.
Que
en estos casos era que el reo era paseado por las calles encima de un
asno, desnudo de cintura para arriba pero sin dogal y con coroza que
llevaba las insignias correspondientes a su delito, mientras el
pregonero declaraba sus delitos.