domingo, 7 de junio de 2015

HISTORIAS DE CÓRDOBA


FERNANDO IV DE CASTILLA





Fernando IV de Castilla y León, también llamado el Emplazado; Sevilla 1285 – Jaén 1312, Rey de Castilla 1295 – 1312, hijo de Sancho IV y de María de Molina. Junto con Portugal y la Corona de Aragón intento combatir al reino de Granada ( 1308 ), pero fracaso en la empresa por el abandono de una parte de los nobles, y solo pudo conquistar Gibraltar (1309).

Fernando IV tuvo como apoyo a Fernan Pérez Ponce, un antiguo servidor de Alfonso X el Sabio. En el momento de su nacimiento el matrimonio de sus padres, Sancho IV y María de Molina, todavía no había recibido la necesaria dispensa canónica de parentesco para su validez definitiva, lo cual no dejaba de condicionar de alguna manera, en aquellos momentos, su porvenir, sobre todo teniendo en cuenta los posibles derechos al trono de sus primos, los infantes de la Cerda.

En 1286 Fernando fue jurado como heredero de la Corona de Zamora, ciudad a la que le había llevado su madre para su crianza. Las relaciones y tratados alcanzados por su padres con Francia, refugio de los infantes de la Cerda, entre 1288 y 1290, permitieron neutralizar los apoyos que estos últimos pudieran esgrimir. En 1291, el ascenso de Jaime II el Justo a la Corona de Aragon propició un nuevo acercamiento a ese reino, segundo de los apoyos fundamentales para los posibles competidores al trono de Castilla del príncipe Fernando. Lo mismo ocurrió todavía con Portugal, cuyo entendimiento con Castilla culminó con el acuerdo matrimonial del heredero y la infanta portuguesa Constanza.

Aún con todo, el porvenir no era seguro para el heredero de Sancho IV, que vio morir a su padre en 1295, cuando contaba apenas con nueve años. El propio monarca difunto dejó en su testamento a su esposa María de Molina, como tutora de su hijo Fernando, sin duda sospechando las discordias que habrían de producirse durante la minoridad. Las previsiones su cumplieron con creces, y los primeros años de reinado de Fernando IV, bajo la tutoría de su madre, quien no había conseguido aún la dispensa canónica para la validez de su matrimonio, representaron un periodo particularmente conflictivo para la historia de Castilla.

Fernando IV fue proclamado rey en Toledo, inmediatamente después de haber asistido a los funerales de su padre; allí juró, junto con su madre, guardar los fueros del reino, rodeado de parientes y magnates. Sin embargo, fueron estos últimos, los infantes (tíos de Fernando) y las cabezas de las principales casas nobiliarias, como Juan Nuñez y Nuño González de Lara, los que contribuyeron a la perturbación social y política de aquellos años. Contra ellos, la reina y su hijo solo pudieron oponer el apoyo circunstancial de las Cortes o la ayuda ocasional de los fieles.

La crisis fue interior y exterior; verdaderas guerras civiles e invasiones por parte de los vecinos de Castilla amenazaron incluso con la desmembración del reino. La salvación final no impidió un grave quebranto económico y político para la misma monarquía. Neutralizar a los mas ambiciosos, como los infantes Juan o Enrique el Senador, costó la entrega de posesiones y villas a costa del patrimonio real, y evitar conflictos fronterizos con el rey de Portugal obligo también a realizar concesiones territoriales.

Ni aún así Castilla se libró de las rebeliones nobiliarias interiores o del acoso general desde el exterior. Ambas amenazas acabaron por estar estrechamente relacionadas. Cuando el rey de Aragón, Jaime II, decidió aprovechar la minoridad de Fernando IV para apoderarse del reino de Murcia, se alió con el reino musulmán de Granada y volvió a levantar la bandera del pretendiente al trono de Castilla, Alfonso de la Cerda. Pero es que además contó con la colaboración del Infante Juan, hermano de Sancho IV, que habría de recibir el trono de León, Galicia y Astucias. Todavía se sumaron a la conjura Navarra y Portugal, dispuestas a mejorar sus fronteras. Y no faltó otro infante, Pedro de Aragon, encargado de la invasión de Castilla.

Los meses del invierno de 1296 fueron de angustia para la tutora, María de Molina, y de incertidumbre para el porvenir de Fernando IV. Hasta las Cortes de León, que se reunieron en Palencia bajo la presión de los pretendientes, podían haber quitado su adhesión al hijo de Sancho IV; por suerte para el, no fue así. Enfermo en ocasiones y llevado por su madre de una ciudad a otra, a través de la meseta castellana, Fernando IV contaba entonces prácticamente con ese único apoyo. El viejo infante Enrique, uno de los pocos consejeros que le quedaban a su madre, solo pensaba en sacar algún provecho de la situación, mientras que los enemigos de Fernando IV lo ocupaban o arrasaban todo.

Una circunstancia inesperada salvó a Fernando IV; la peste que en forma de terrible epidemia, ataco al ejercito de sus enemigos e invasores. La mayoría se retiro, y María de Molina pudo volver a negociar con los portugueses: se ratifico de nuevo el acuerdo de matrimonio entre Fernando IV y Constanza de Portugal, y se acordó entonces el de su hermana Beatriz con el futuro Alfonso IV el Bravo, heredero del reino lusitano, lo que no se pudo evitar fue que la guerra civil continuara durante bastante tiempo en tierras castellanas.

La ruina económica y la desolación quedaron patentes en las reuniones de Cortes de los años 1298 a 1300. pero Fernando volvió a contar con el apoyo de esta institución, que en su reunión de Valladolid de 1298 aprobó los subsidios necesarios para el pago de las bulas de legitimación canónica del matrimonio de su madre. Las bulas no llegaron a Castilla hasta 1301, pero finalmente daban validez al matrimonio de Maria de Molina, viuda de Sancho IV, y disipaban las dudas sobre la propia legitimidad de su heredero, a quien además se dispensaba también de parentesco para su matrimonio con Constanza de Portugal-

Esto influyo en la pacificación de la nobleza y en la renuncia de los pretendientes al trono, que habían perdido ademas sus apoyos exteriores. No supuso la paz con Aragon, que retenía el reino de Murcia, pero si el fin de las aspiraciones de Alfonso de la Cerda de sustituir a Fernando IV en el trono de Castilla. Los infantes y los nobles, que habían medrado de una u otra manera durante el conflicto, se aprestaron a tomar nuevas posiciones entre la inminente mayoría de edad de Fernando IV (1301 a los dieciséis años ) y el inicio efectivo de su reinado, al que llegó finalmente bien afianzado en el trono, gracias en gran parte a los desvelos de su madre María de Molina.

De ella trataron de alejarle los nobles a partir de aquel momento, con bastante éxito. Entre 1301 y 1302 Maria de Molina perdió el contro9l de su hijo, que cayo bajo la influencia de su nuevo mayordomo, Juan Nuñez de Lara, y de su tío el infante Juan. Se vio ademas desairada por la ingratitud de su propio hijo, quien influido sin duda por sus nuevos consejeros, le pidió cuentas de su tutoría en las Cortes de Medina del Campo.

El reinado de Fernando IV de Castilla no duro mucho más que su minoridad; los problemas fueron los mismos, sin que se pueda decir que su autoridad pasara mucho más de lo que lo había pasado la de su madre. El precio de la paz con sus vecinos, sobre todo con Aragón, fue el mismo o mayor: pérdida territoriales. La nobleza continuó haciendo su cosecha de poder y riqueza, mientras las Cortes se quejaban continuamente de las penurias, escaseces, desordenes y miserias que aquejaban a los consejos. La guerra contra Granada, último objetivo de la Reconquista, se reanudó aunque sin demasiado éxito. De todas formas, la primera vez que Fernando IV de Castilla tomó contacto con la frontera musulmana no fue precisamente para atacarla. En 1303 firmo una paz con Muhammad III, quien se declaraba su vasallo y conservaba gracias a ello, algunas adquisiciones recientes.

Las verdaderas preocupaciones del monarca castellano se encontraban en aquellos momentos, en el interior de los reinos que había empezado a gobernar. Allí los nobles conspiraban con vista a sus propios intereses. El infante Enrique, que murió casi al mismo tiempo que Fernando IV alcanzaba la paz con Granada, maniobraba para impedir la paz con Aragón. El infante don Juan Manuel, dispuesto a entenderse directamente con Jaime II de Aragon, decidió contraer matrimonio con una de sus hijas y rendirle homenaje a cambio de recuperar y conservar sus territorios murcianos . Diego López de Haro, señor de Vizcaya, promovía una conferencia con el rey aragonés para repartir poderes y tenencias.

Al final, las diferencias políticas y territoriales entre Castilla y Aragón trataron de solventarse a través de una sentencia arbitral, con intervención del rey de Portugal, el obispo de Zaragoza y el infante castellano Juan como árbitros o mediadores. Sus decisiones, hechas públicas en la sentencia de Tordesillas (1304 ) trazaron una linea divisoria en Murcia, al tiempo que daban por zanjada la disputa por la Corona castellana a favor de Fernando IV.

Algunos historiadores, sobre todo castellanos, consideran esta sentencia un verdadero despojo, a cambio del cual Fernando IV de Castilla no recibió mas que un reconocimiento, que ya tenía, frente a los infantes de la Cerda. Por otra parte la paz con Aragón no conllevo la pacificación inmediata entre el infante Juan y Diego López de Haro por el señorío de Vizcaya. Sino que supuso una grave perturbación que afectó a la posición política y a la autoridad del propio Fernando IV. Su intervención en la disputa apoyando en principio a su tío el infante, fuese o no afortunada, le trajo bastantes problemas. A Diego López de Haro se unió Juan Núñez de Lara, con quienes Fernando IV sostuvo una breve guerra en la primavera de 1306. no supuso ni mucho menos para él una victoria; al agravamiento de la situación general del reino se añadió un acuerdo final con sus nobles que no acabó de contentar a muchos ni contribuyó a mejorar su posición.

Como penosa secuela tuvo lugar una revuelta protagonizada por Juan Núñez de Lara, a la que Fernando IV apenas pudo hacer frente, terminando por avenirse a un nuevo pacto. El resto de los nobles, ahora con el infante Juan a la cabeza, aprovecharon para imponer condiciones al monarca. Se podría decir que entre 1305 y 1308, Fernando IV sufrió una grave derrota frente a su nobleza. Es posible que para contrarrestar estas dificultades interiores, Fernando intentara buscar en el exterior refuerzos a su autoridad y a su prestigio. Así se ha interpretado a veces su empeño contra el reino de Granada, que caracteriza los últimos años de su reinado.

Desde luego, con lo que si que contó en este caso fue con la alianza, sin duda interesada de su antiguo enemigo, Jaime II de Aragón. En 1309 Fernando IV puso cerco a Algeciras y se apoderó de Gibraltar, mientras que su aliado atacaba por mar Almeria. Sin embargo, las operaciones no fueron mucho mas allá, por falta de medios y dinero y a causa de la traición de bastantes nobles que abandonaron la empresa muy pronto, encabezados por los infantes Juan y Juan Manuel. La sombra de estas intrigas y revueltas nobiliarias acompañaron a Fernando IV hasta su muerte.

Después de su fracaso en Algeciras, que lo obligo a realizar acuerdos con el rey de Granada, parece ser que Fernando IV proyectó librarse violentamente de sus enemigos interiores, sobre todo del infante Juan, al que llegó a tender una auténtica emboscada en Burgos en 1311, con ocasión de las bodas de su hermana Isabel con el duque de Bretaña. El episodio solo sirvió para que enfermara y se agravara progresivamente su estado físico, mientras que el peligro de revueltas nobiliarias en Castilla no solo no decreció, sino que aumentó. El comportamiento de Fernando IV provocó miedo entre muchos y la tuberculosis hizo presa en él como lo había hecho en su padre. Entre recelos, malquerencias, odios y concordias poco estables transcurrió el último año de su vida y de su reinado.

Hasta un hecho particularmente gozoso e importante, como fue el nacimiento de su hijo y heredero, el futuro Alfonso XI el justiciero, se convirtió en una fuente de conflictos y sinsabores. La disputa por la previsible tutoría y regencia dividió aún mas los pareceres de quienes rodeaban a Fernando IV, incluida su mujer, Constanza, partidaria de un grupo nobiliario. No falto quien se resistió a reconocer al heredero o intentó deponer al propio Fernando antes de tiempo, como su hermano Pedro, que por entonces se caso con una infanta de Aragón. Sin embargo, Fernando IV pudo morir ocupando su trono, aunque lejos de las tentaciones cortesanas, en Jaen, cuando había reanudado la ofensiva contra Granada, probablemente la misión que mas le hubiera gustado realizar al frente de los ejércitos castellanos.

SEPULTURA DE FERNANDO IV REY DE CASTILLA.

En septiembre de 1312, poco después de su defunción, los restos mortales de Fernando IV de Castilla fueron trasladados a la ciudad de Córdoba, a pesar de que su cadáver debería haber recibido sepultura en la Catedral de Toledo junto a su padre, el rey Sancho IV, o bien en la catedral de Sevilla junto a su abuelo paterno Alfonso X, y su bisabuelo paterno Fernando III.

No obstante, debido a las altas temperaturas que se dieron en el mes de septiembre del año 1312, la reina Constanza de Portugal, viuda de Fernando IV, y el infante Pedro de Castilla, hermano del difunto rey, decidieron dar sepultura a los restos mortales de Fernando IV en la Mezquita-Catedral de Córdoba. La reina Constanza de Portugal fundo ademas seis capellanías y dispuso que en el mes de septiembre se celebrase el aniversario perpetuo en memoria del difunto rey. Hasta que transcurrió un año desde la defunción del monarca, cuatro cirios ardieron permanentemente junto a su sepultura y, diariamente durante ese año, el obispo de la ciudad y el cabildo catedralicio entonaron responsos una vez al día por el alma del difunto rey junto a su sepultura. En 1371, los restos mortales de Fernando IV y los de su hijo Alfonso XI de Castilla, fueron depositados en la Capilla Real de la Mezquita-Catedral de Córdoba, cuya construcción había finalizado ese mismo año.

En 1728, el Papa Benedicto XIII expidió una bula por la que la Capilla Real de la Mezquita-Catedral de Córdoba quedara adscrita a la iglesia de San Hipólito de Córdoba, y ese mismo año, después de varias rogativas por parte de los canónigos de la iglesia de San Hipólito de Córdoba, que habían solicitado a Felipe V que los restos de Fernando IV y de Alfonso XI fueran trasladados a su colegiata, el rey autorizó el traslado de los restos de los dos monarcas, que estaban sepultados en la Capilla Real de la Mezquita-Catedral de Córdoba.

En 1729 se iniciaron las obras para la terminación de la Iglesia de San Hipólito, que se dieron por finalizadas en 1736, y en la noche del día 8 de Agosto de 1736. con todos los honores, los restos mortales de Fernando IV y de Alfonso XI fueron trasladados a la iglesia de San Hipólito de Córdoba. En la que reposan desde entonces. Al mismo tiempo, los canónigos de San Hipólito trasladaron a su colegiata todos los bienes muebles de la Capilla Real de la Mezquita-Catedral.

En el tramo primero del presbiterio de la iglesia de San Hipólito de Córdoba, alojados en sendos arcosolios, se encuentran los sepulcros que contienen los restos mortales de Fernando IV, ubicado en el lado de la Epístola, y el que contiene los restos de su hijo Alfonso XI, que se encuentra en el lado del Evangelio. Los restos mortales de ambos monarcas se hallan depositados en el interior de sendas urnas de mármol rojo, construidas con mármoles procedentes del desaparecido monasterio de San Jerónimo de Córdoba, y ambas fueron realizadas en 1846, por encargo de la Comisión de Monumentos.

Hasta ese momento, los restos de ambos monarcas se hallaban colocados en sendos ataúdes de madera en el presbiterio de la iglesia, donde eran mostrados a los visitantes distinguidos. Sobre las cubiertas de ambos sepulcros se encuentran colocados sendos almohadones sobre los que se hallan depositados una corona y un cetro, símbolos de la realeza.



1 comentario:

JOMADRIDCA dijo...

ERES UN ENTERAO PEPE, QUE SI BUENO BUENO.