LA
POSADA DEL POTRO
Cuentan
que un posadero, en tiempos del rey Pedro I, (años de reinado
1.334-1369) alojaba a los huéspedes importantes en una habitación
de la posada alejada del resto de las estancias, con el pretexto de
evitarle
molestias, y que pasando por Córdoba un capitán que se dirigía a Sevilla, se alojo en dicha posada. Cuando este capitán se retiraba para dormir, guiado por el posadero, una misteriosa dama a quien apenas pudo ver, le aconsejo que no durmiera.
molestias, y que pasando por Córdoba un capitán que se dirigía a Sevilla, se alojo en dicha posada. Cuando este capitán se retiraba para dormir, guiado por el posadero, una misteriosa dama a quien apenas pudo ver, le aconsejo que no durmiera.
El
militar permaneció despierto, meditando acerca del aviso de la bella
joven que parecía hija del mesonero, aunque sus finos modales lo
desmentían. La noche era fea, el viento y el agua azotaban las
ventanas hasta que lograron abrirlas; había truenos y relámpagos y
la única luz que había se apago. Le parecía ver mil fantasmas y
oyó como si abrieran una puertecilla. Entonces se retiro a un rincón
y saco su espada. No oía nada, pero sus ojos se dirigían a todos
los rincones por si a la luz de los relámpagos lograba divisar algo.
Por fin, bajo el lecho vio la figura del mesonero que asomaba por una
trampa del suelo, observándolo y esperando para ver si estaba
dormido.
Furioso,
se arrojo por una ventana al coralillo. Allí casualmente, estaba la
muchacha que le había advertido, lo empujo fuera del mesón y le
dijo que fuera a Sevilla y le contara al rey lo que había pasado. A
los cinco días fue recibido por Pedro I en el Alcázar y este le
prometió averiguar lo que ocurría jurándole que si descubría
algún delito, el mesonero sería ejemplo para los de su clase.
Cuando el rey llego al mesón, mando recorrerlo todo ante el espanto
del mesonero. Hallando la trampa bajo el lecho en el que alojaba a
los viajeros ricos y encontraron a la joven que pedía venganza.
Desenterraron multitud de cadáveres y encontraron numerosas alhajas
y ropas robadas a los desgraciados huéspedes. De uno de ellos era
hija la joven que se intereso por el capitán.
El
rey, actuando con gran furia, agarro al mesonero del cuello y lo hizo
salir a mitad de la plaza. Ordenó a unos verdugos que le ataran las
manos a la reja de la posada y amarraran dos potros a los pies del
hombre. Después azotaron a los caballos para que galoparan y lo
despedazaran. Un grito de horror surgió de la gente, pero el rey
amenazo con hacer lo mismo al que pronunciase una palabra.
Momentos
después, los brazos del hombre colgaban de los rejas y los caballos
arrastraban el cuerpo por las calles cercanas. Don Pedro I entregó
al capitán como esposa a la bella joven, con todas las riquezas que
allí se encontraban, y prometió al Corregidor que si tenía que
volver allí para administrar justicia, le haría a él los mismo que
mandó hacer con el mesonero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario