martes, 14 de julio de 2015

HISTORIAS Y LEYENDAS DE CÓRDOBA

LA POSADA DEL POTRO

Cuentan que un posadero, en tiempos del rey Pedro I, (años de reinado 1.334-1369) alojaba a los huéspedes importantes en una habitación de la posada alejada del resto de las estancias, con el pretexto de evitarle
molestias, y que pasando por Córdoba un capitán que se dirigía a Sevilla, se alojo en dicha posada. Cuando este capitán se retiraba para dormir, guiado por el posadero, una misteriosa dama a quien apenas pudo ver, le aconsejo que no durmiera.

El militar permaneció despierto, meditando acerca del aviso de la bella joven que parecía hija del mesonero, aunque sus finos modales lo desmentían. La noche era fea, el viento y el agua azotaban las ventanas hasta que lograron abrirlas; había truenos y relámpagos y la única luz que había se apago. Le parecía ver mil fantasmas y oyó como si abrieran una puertecilla. Entonces se retiro a un rincón y saco su espada. No oía nada, pero sus ojos se dirigían a todos los rincones por si a la luz de los relámpagos lograba divisar algo. Por fin, bajo el lecho vio la figura del mesonero que asomaba por una trampa del suelo, observándolo y esperando para ver si estaba dormido.

Furioso, se arrojo por una ventana al coralillo. Allí casualmente, estaba la muchacha que le había advertido, lo empujo fuera del mesón y le dijo que fuera a Sevilla y le contara al rey lo que había pasado. A los cinco días fue recibido por Pedro I en el Alcázar y este le prometió averiguar lo que ocurría jurándole que si descubría algún delito, el mesonero sería ejemplo para los de su clase. Cuando el rey llego al mesón, mando recorrerlo todo ante el espanto del mesonero. Hallando la trampa bajo el lecho en el que alojaba a los viajeros ricos y encontraron a la joven que pedía venganza. Desenterraron multitud de cadáveres y encontraron numerosas alhajas y ropas robadas a los desgraciados huéspedes. De uno de ellos era hija la joven que se intereso por el capitán.

El rey, actuando con gran furia, agarro al mesonero del cuello y lo hizo salir a mitad de la plaza. Ordenó a unos verdugos que le ataran las manos a la reja de la posada y amarraran dos potros a los pies del hombre. Después azotaron a los caballos para que galoparan y lo despedazaran. Un grito de horror surgió de la gente, pero el rey amenazo con hacer lo mismo al que pronunciase una palabra.



Momentos después, los brazos del hombre colgaban de los rejas y los caballos arrastraban el cuerpo por las calles cercanas. Don Pedro I entregó al capitán como esposa a la bella joven, con todas las riquezas que allí se encontraban, y prometió al Corregidor que si tenía que volver allí para administrar justicia, le haría a él los mismo que mandó hacer con el mesonero.

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