lunes, 20 de julio de 2015

HISTORIAS, LEYENDAS Y TRADICIONES DEL REINO DE CÓRDOBA

SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LA FUENSANTA

En la primera mitad del siglo XV moraba en el barrio de San Lorenzo, junto a la puente zuela, un infeliz cardador de lana llamado Gonzalo García, a quien su escaso jornal no bastaba para sostener a su esposa e hija, la primera paralítica y la segunda demente; por tanto, imposibilitadas de ayudar a contribuir con su trabajo a los gastos de la familia. Desesperado con tan triste situación, y no sabiendo que determinación tomar, saliese un día por la puerta de Baeza hacia el arroyo de las Peñas o las Piedras, que es el de la Fuensanta, y hacia el sitio que aún se denomina de las moras, a causa de las muchas de estas fruta silvestre nacidas en aquellos paredones.

Santuario de la Fuensanta y el Pocito.
Meditabundo y pensativo iba Gonzalo hacia el mencionado sitio cuando se le acercaron dos hermosas jóvenes, una en pos de otra, y un gallardo mancebo. La primera le dirigió estas o parecidas cariñosas palabra: “Gonzalo, toma un vaso de agua de aquella fuente, y con devoción dalo a tu mujer e hija y tendrás salud”. Suspenso quedo aquel desgraciado, si bien dominándolo la idea de que sus favorecedores serían la Virgen María y los patronos de Córdoba San Acisclo y Santa Victoria, en cuya idea lo afirmo el gallardo joven diciéndole: “Haz lo que te manda la Madre de Jesucristo, que yo y mi hermana Victoria, como patronos de esta ciudad, lo hemos alcanzado de la Virgen Santísima”.

Lleno de gozo y aún más admirado volvió ansioso la vista hacia el sitio señalado, donde efectivamente corría el agua, manando de entre las descubiertas raíces de un cabrahígo que demostrando su antigüedad, cubría con sus ramas parte del paredón de la cercana huerta. Mas casi simultáneamente iba a arrojarse a los píes de su celestial bienhechora cuando ésta ya había desaparecido con los santos mártires.

Henchido su corazón de gozo y agradecimiento, corrió Gonzalo a una alfarería cercana a la hoy demolida Puerta de Baeza, compró el jarro y llenó de la salutífera agua lo llevó a su casa contando lo ocurrido y pidiendo con gran fe que con ella viviese su mujer e hija, logro verlas libres completamente de sus acerbos y ya incurables padecimientos. Como no podía menos de suceder, la noticia circulo por toda la ciudad. Los enfermos corrieron a beber de la fuente designada, y nuevas curaciones justificaron mas y mas la virtud de sus aguas. Mas nadie acertaba a descifrar aquel misterio, descubierto al fin por otra nueva revelación.
Recuerdos de los devotos.

El jarro comprado por Gonzalo García, y que era de barro vidriado, como color amarillo, se conservo muchos años como una preciosa reliquia, afirmando Enrique Vaca de Alfaro que el día 6 de abril de 1671 tuvo en su mano un fragmento que aún quedaba en poder de Nicolás Muñoz de Toro, descendiente de Gonzalo.

Veinte años habían transcurrido desde aquel portentoso suceso, aún sumido en el más misterioso secreto. El sitio conocido por la Albaida era la morada de los ermitaños de Córdoba, aún no congregados como en la actualidad, y uno de ellos, agobiado por una cruel hidropesía que lo llevaba al sepulcro, se decidió también a beber de las saludables aguas de la fuente y con ellas logró la salud apetecida.

Lleno de agradecimiento y fe pedía a Dios y a la Virgen en sus oraciones que se dignasen aclarar aquel arcano, cuando una noche, la del 8 de Septiembre, oyó cierta voz que satisfizo su ansiosa curiosidad, revelándole que en el tronco de aquel cabrahígo se encerraba una imagen de la Virgen, depositada en un hueco cuando la persecución de los cristianos, y cuya concavidad había cerrado el transcurso de tantos años.

El ermitaño corrió al día siguiente a presentarse al obispo de Córdoba, Don Sancho de Rojas y, contándole lo ocurrido, este hizo cortar el árbol, confirmándose las palabras del anacoreta, puesto que fue hallada la imagen que con tanta devoción veneramos. Es de barro y tiene en la espalda unas letras muy gastadas, al parecer góticas.

Humilladero o Pocito de las aguas milagrosas.
Divulgase la noticia con la velocidad del rayo, acudiendo casi en su totalidad el vecindario de Córdoba con el clero, autoridades y demás corporaciones, formando todos una procesión que en medio de una alegría indescriptible, aumentada por el repique de tantas campanas como entonces había, y del disparo de cohetes y arcabuces, llego con la imagen al Sagrario de la Catedral, hoy capilla de la Cena, donde la la depositaron, hasta que se edifico en el sitio del cabrahígo el primer Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta y el humilladero o Pocito, costeado por el obispo don Sancho de Rojas.









martes, 14 de julio de 2015

HISTORIAS Y LEYENDAS DE CÓRDOBA

LA POSADA DEL POTRO

Cuentan que un posadero, en tiempos del rey Pedro I, (años de reinado 1.334-1369) alojaba a los huéspedes importantes en una habitación de la posada alejada del resto de las estancias, con el pretexto de evitarle
molestias, y que pasando por Córdoba un capitán que se dirigía a Sevilla, se alojo en dicha posada. Cuando este capitán se retiraba para dormir, guiado por el posadero, una misteriosa dama a quien apenas pudo ver, le aconsejo que no durmiera.

El militar permaneció despierto, meditando acerca del aviso de la bella joven que parecía hija del mesonero, aunque sus finos modales lo desmentían. La noche era fea, el viento y el agua azotaban las ventanas hasta que lograron abrirlas; había truenos y relámpagos y la única luz que había se apago. Le parecía ver mil fantasmas y oyó como si abrieran una puertecilla. Entonces se retiro a un rincón y saco su espada. No oía nada, pero sus ojos se dirigían a todos los rincones por si a la luz de los relámpagos lograba divisar algo. Por fin, bajo el lecho vio la figura del mesonero que asomaba por una trampa del suelo, observándolo y esperando para ver si estaba dormido.

Furioso, se arrojo por una ventana al coralillo. Allí casualmente, estaba la muchacha que le había advertido, lo empujo fuera del mesón y le dijo que fuera a Sevilla y le contara al rey lo que había pasado. A los cinco días fue recibido por Pedro I en el Alcázar y este le prometió averiguar lo que ocurría jurándole que si descubría algún delito, el mesonero sería ejemplo para los de su clase. Cuando el rey llego al mesón, mando recorrerlo todo ante el espanto del mesonero. Hallando la trampa bajo el lecho en el que alojaba a los viajeros ricos y encontraron a la joven que pedía venganza. Desenterraron multitud de cadáveres y encontraron numerosas alhajas y ropas robadas a los desgraciados huéspedes. De uno de ellos era hija la joven que se intereso por el capitán.

El rey, actuando con gran furia, agarro al mesonero del cuello y lo hizo salir a mitad de la plaza. Ordenó a unos verdugos que le ataran las manos a la reja de la posada y amarraran dos potros a los pies del hombre. Después azotaron a los caballos para que galoparan y lo despedazaran. Un grito de horror surgió de la gente, pero el rey amenazo con hacer lo mismo al que pronunciase una palabra.



Momentos después, los brazos del hombre colgaban de los rejas y los caballos arrastraban el cuerpo por las calles cercanas. Don Pedro I entregó al capitán como esposa a la bella joven, con todas las riquezas que allí se encontraban, y prometió al Corregidor que si tenía que volver allí para administrar justicia, le haría a él los mismo que mandó hacer con el mesonero.