En
la primera mitad del siglo XV moraba en el barrio de San Lorenzo,
junto a la puente zuela, un infeliz cardador de lana llamado Gonzalo
García, a quien su escaso jornal no bastaba para sostener a su
esposa e hija, la primera paralítica y la segunda demente; por
tanto, imposibilitadas de ayudar a contribuir con su trabajo a los
gastos de la familia. Desesperado con tan triste situación, y no
sabiendo que determinación tomar, saliese un día por la puerta de
Baeza hacia el arroyo de las Peñas o las Piedras, que es el de la
Fuensanta, y hacia el sitio que aún se denomina de las moras, a
causa de las muchas de estas fruta silvestre nacidas en aquellos
paredones.
Santuario de la Fuensanta y el Pocito. |
Meditabundo
y pensativo iba Gonzalo hacia el mencionado sitio cuando se le
acercaron dos hermosas jóvenes, una en pos de otra, y un gallardo
mancebo. La primera le dirigió estas o parecidas cariñosas palabra:
“Gonzalo, toma un vaso de agua de aquella fuente, y con devoción
dalo a tu mujer e hija y tendrás salud”. Suspenso quedo aquel
desgraciado, si bien dominándolo la idea de que sus favorecedores
serían la Virgen María y los patronos de Córdoba San Acisclo y
Santa Victoria, en cuya idea lo afirmo el gallardo joven diciéndole:
“Haz lo que te manda la Madre de Jesucristo, que yo y mi hermana
Victoria, como patronos de esta ciudad, lo hemos alcanzado de la
Virgen Santísima”.
Lleno
de gozo y aún más admirado volvió ansioso la vista hacia el sitio
señalado, donde efectivamente corría el agua, manando de entre las
descubiertas raíces de un cabrahígo que demostrando su antigüedad,
cubría con sus ramas parte
del paredón de la cercana huerta. Mas casi simultáneamente iba a
arrojarse a los píes de su celestial bienhechora cuando ésta ya
había desaparecido con los santos mártires.
Henchido
su corazón de gozo y agradecimiento, corrió Gonzalo a una alfarería
cercana a la hoy demolida Puerta de Baeza, compró el jarro y llenó
de la salutífera agua lo llevó a su casa contando lo ocurrido y
pidiendo con gran fe que con ella viviese su mujer e hija, logro
verlas libres completamente de sus acerbos y ya incurables
padecimientos. Como no podía menos de suceder, la noticia circulo
por toda la ciudad. Los enfermos corrieron a beber de la fuente
designada, y nuevas curaciones justificaron mas y mas la virtud de
sus aguas. Mas nadie acertaba a descifrar aquel misterio, descubierto
al fin por otra nueva revelación.
Recuerdos de los devotos. |
El
jarro comprado por Gonzalo García, y que era de barro vidriado, como
color amarillo, se conservo muchos años como una preciosa reliquia,
afirmando Enrique Vaca de Alfaro que el día 6 de abril de 1671 tuvo
en su mano un fragmento que aún quedaba en poder de Nicolás Muñoz
de Toro, descendiente de Gonzalo.
Veinte
años habían transcurrido desde aquel portentoso suceso, aún sumido
en el más misterioso secreto. El sitio conocido por la Albaida era
la morada de los ermitaños de Córdoba, aún no congregados como en
la actualidad, y uno de ellos, agobiado por una cruel hidropesía que
lo llevaba al sepulcro, se decidió también a beber de las
saludables aguas de la fuente y con ellas logró la salud apetecida.
Lleno
de agradecimiento y fe pedía a Dios y a la Virgen en sus oraciones
que se dignasen aclarar aquel arcano, cuando una noche, la del 8 de
Septiembre, oyó cierta voz que satisfizo su ansiosa curiosidad,
revelándole que en el tronco de aquel cabrahígo se encerraba una
imagen de la Virgen, depositada en un hueco cuando la persecución de
los cristianos, y cuya concavidad había cerrado el transcurso de
tantos años.
El
ermitaño corrió al día siguiente a presentarse al obispo de
Córdoba, Don Sancho de Rojas y, contándole lo ocurrido, este hizo
cortar el árbol, confirmándose las palabras del anacoreta, puesto
que fue hallada la imagen que con tanta devoción veneramos. Es de
barro y tiene en la espalda unas letras muy gastadas, al parecer
góticas.
Humilladero o Pocito de las aguas milagrosas. |
Divulgase
la noticia con la velocidad del rayo, acudiendo casi en su totalidad
el vecindario de Córdoba con el clero, autoridades y demás
corporaciones, formando todos una procesión que en medio de una
alegría indescriptible, aumentada por el repique de tantas campanas
como entonces había, y del disparo de cohetes y arcabuces, llego con
la imagen al Sagrario de la Catedral, hoy capilla de la Cena, donde
la la depositaron, hasta que se edifico en el sitio del cabrahígo el
primer Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta y el humilladero
o Pocito, costeado por el obispo don Sancho de Rojas.
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