jueves, 17 de septiembre de 2009

EL GRECO Y TOLEDO



Desde su nacimiento, Domenicos Theotocoulos "El Greco" como le llamaron sus contemporáneos fue un predestinado. Sea el azar o la Providencia, le guiaron para recalar en el peñasco toledano, y esparcir su mensaje.

Creta, la isla donde nace en 1541, es un protectorado, ocupado y administrado por los venecianos, utilizada como base de su comercio con Oriente. Su juventud, se desarrolla en un ambiente religioso ortodoxo, y culturalmente bizantino, pero ligado a la Órbita de Occidente. A pesar de su sangre griega, es un veneciano de ultramar.

Se educa pictóricamente en la rigidez de las normas y técnica bizantinas; joven maduro, ensancha su horizonte y marcha a Venecia. Sus pupilas recogen un mundo desconocido: las fantasías cromáticas de los venecianos y sus pinceles la nueva técnica del oleo.

Trabaja como miniaturista con Julio Clovio, aprende con Tintoreto los escorzos, el ritmo, sus recursos y métodos de trabajo, contempla en el Tiziano las amplias perspectivas, y de repente bifurca su senda y marcha a Roma, tenía 29 años.

Perplejo contempla los frescos de Miguel Ángel, el dibujo cuidadoso de florentinos y romanos, trata de abrirse camino durante 7 años, el ambiente de Roma no le es propicio, y se traslada a España, donde le encontramos en 1577. Es un hombre maduro formado con 36 años.

De su etapa italiana, se conoce poco y mediocre, toda su imaginación y fantasía se revela impetuosamente al contacto con Toledo; sus primeras creaciones son el retablo de Stº Domingo el Antiguo, y el Expolio de la Catedral, inaugurado un nuevo lenguaje pictórico y sentido cromático sin precedentes en España. Al año de estar en Toledo le nace un hijo, fruto de sus amores con Jerónima de las Cuevas y queda definitivamente anclado en la ciudad.
aquí vivió 37 años, tratando de llevar al lienzo. sus visiones, su lirismo, a veces con escalofríos, en un proceso de depuración que le conduce a veces a la pura abstracción.

En un ambiente cultural refinado, rodeado de intelectuales, en una ciudad cosmopolita y todavía próspera, que le presta toda su magia y su misterio, envuelto en un paisaje que se le adentra hasta los tuétanos, la imaginación y fantasía del Greco constantemente activadas, pudo desarrollar su arte inimitable y encontrar el sendero de la originalidad, llevando al lienzo sus especulaciones filosóficas, entre lo onírico y lo espiritual, adelantándose en siglos a su época y marcando la ruta de una pintura de vanguardia.

El 7 de abril de 1614, viejo, achacoso, extenuado por su larga enfermedad, se apagaba la llama parpadeante del candil de su existencia. Recibió los sacramentos como cristiano militante. Sus despojos yacen bajo el altar, donde ilusionado pintara sus primeros cuadros, en la iglesia del convento de Santo Domingo el Antiguo.

Al morir todo su ajuar consistía en una nutrida biblioteca de libros selectos,cientos de cuadros esbozados, los mínimos utensilios para su oficio, una cama ocho sillas, el sombrero, su espada y su daga.

En el convento de Stº Domingo el Antiguo, alfa y Omega del Greco, están sus primeras pinceladas y sus huesos.








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