jueves, 13 de marzo de 2014


Paseo por Fuente la Lancha

    Nacida en tierras de paso hacia otras villas de más rancio abolengo, Fuente la Lancha tiene todas las virtudes y todos los defectos de los pueblos fronterizos. Así el transcurso de los años y las gentes -llegadas a través de esa arteria vital que es carretera 420, que surca la comarca de Los Pedroches- ha convertido este lugar en un crisol donde es entremezcla fértilmente la historia con la leyenda.

   Aquel poso aristocrático dejado por los condes de Belalcázar, artífices de su origen, convive hoy con la sabiduría popular de los hombres y mujeres que dejaron aquí su huella a lo largo de los siglos. Lo malo es que casi todos lo hicieron con prisas y cierto aire de provisionalidad, camino de otros apeaderos de más renombre, y esas presencias fugaces, ese trasiego continuo convirtieron en alada el alma del lanchego. “Aquí, salvo los viejos, ya no para casi nadie" -lamenta un octogenario con melancolía-. La juventud, ya se sabe, es culo de mal siento, y se busca los garbanzos por otras partes”.
Panorámica
   Pero Fuente la Lancha no morirá nunca. Porque La Lancha, como popularmente se la conoce en la comarca, tiene madera de héroe colectivo y tenaz. Esta especie de hermana menor de Los Pedroches, que posee la superficie más reducida de la zona-no llega a los ocho kilómetros cuadrados- y que, con medio millar de habitantes censados en la actualidad, coparte con El Guijo la condición de ser el municipio menos poblado de la provincia, aguarda como agua de mayo que llegue a ella antes o después la fiebre del turismo rural, una panacea con la que, desde las altas instancias autonómicas se pretende curar el mal endémico de la despoblación.

-¿Y ustedes qué ofrecen?, pregunto en el Ayuntamiento.
-¿Pues no lo está viendo? Unas buenas casas, hechas a la antigua, sin chapuzas, a precios casi de regalo. Un aire puro y un cielo infinito. Y unas buenas gentes, hospitalarias y legales. ¿Le parecen pocos atractivos para comprarse aquí una casita, que tenemos muchísimas vacías, y venir por temporadas?

   No, no parece mala idea. De hecho, ya habían inventado la formula hace un puñado de siglos, cuando, allá por finales de la Edad Media, según cuentan las crónicas, los descendientes del conde de Belalcázar y de Alfonso de Sotomayor eligieron como lugar de retiro este enclave serrano, situado como estaba en un punto estratégico, entre Villanueva del Duque e Hinojosa. A este término perteneció hasta 1820, en que constituyó su propio Ayuntamiento. Claro que los señores de alta cuna no veraneaban de cualquier manera, y éstos -a cuya memoria se dedica hoy la plaza principal y casi única del pueblo- lo primero que se hicieron construir fue una ermita y un cortijo.
Fuente
   Ambos edificios siguen siendo con mucho los principales atractivos monumentales de un pueblo que, si bien no posee grandes tesoros artísticos que enseñar al visitante, puede decirse sin exagerar que rezuma encanto y atractivo por todos sus poros.

   Dejamos atrás una fuente de granito, tal vez nuevo símbolo y emblema de una urbe tan rica en pozos y fuentes que probablemente deba a ellas la mitad de su nombre. En concreto, según cuentan los antiguos del lugar, a una vieja fuente, hoy desaparecida y en cuyo honor ha sido levantada ésta de nuevo cuño, como un romántico gesto de nostalgia hacia la que, a juicio de algunos, pudo ser elemento aglutinador de los pobladores de este lugar en sus orígenes. Pero hay otras fuentes conocidas en el pueblo. perteneciente en la actualidad al partido judicial de Peñarroya-Pueblonuevo. Las más populares son, sin duda, la Fuente Du y la Fuente del Tejar, utilizadas durante muchos años para suministro de agua potable, pues para lavar, nos cuentan, las mujeres tenían como feudo el popular Pozo de la Miseri, foco de limpieza y de cotilleos menestrales. Y es que el agua ha estado siempre ligada, de una u otra forma, al pasado de este pueblo de secano. Tanto, que los amigos de las toponimias atribuyen lo de La Lancha a la existencia de una Lancha o barca antiguamente servía para cruzar el arroyo llamado Lanchar, sin duda no por casualidad.

   Pero todo eso sucedía en otros tiempos, cuando la emigración hacia tierras más prósperas aún no había sangrado al pueblo, cuya escasa población, que subsiste como antaño de la ganadería y los cereales, no estaba esquilmada por la tiranía del progreso.


   ¿Dónde estaban los jóvenes?
   Se iban de temporeros a la recogida de aceituna, y los otros ya se habían ido a trabajar a Torremolinos.
Las callejuelas del pueblo nada tienen que ver con el aspecto impersonal de la travesía, salpicada por bares. Pero sucede que éstos apenas si se repiten en el interior de una población que, paradójicamente, confiesan los más sinceros, suele mitigar su soledad de puertas adentro con alcohol. Y es que en este laberinto de calles blanquísimas que configura el casco urbano de Fuente la Lancha parece como si el tiempo se hubiese detenido en esa parra marchita, única superviviente, cuentan, de las muchas que endulzaban los paladares de sus dueños.

   Reducida a un tronco seco ahora, se ofrece acartonada a la vista del viajero en la fachada de una casa derruida de la calle Nueva. Muy cerca de ella, en el número 20 de la misma calle que de nueva no tiene más que el nombre, como explican los vecinos se rinde todavía culto a uno de los ritos más apegados a la tradición del lugar, sobre todo en las féminas. Se trata de una hornacina situada en el dintel de la Casa del Farol, una vivienda de una sola planta donde la cal arranca a la piedra del umbral su protagonismo. Es una casa de pequeñísimos ventanucos, como tantas otras, que permanece en el más absoluto estado de ruina desde que muriera su dueño, Inocente Cambrón.

   Sin embargo, esta casa conserva una peculiaridad, y es que la hornacina en cuestión alberga la estampa de un San Antonio casi imperceptible por el paso del tiempo y la falta de cuidado, que a decir de los viejos fue el artífice de más de una boda milagrosa en el lugar. Una garrucha bastaba para hacer subir un farolillo de aceite en honor del santo casamentero...y boda asegurada. Pero ahora ni los tiempos ni la oferta están para confiar en milagros, y los mozos casaderos prefieren buscar novia por sus propios medios, casi siempre fuera del pueblo.

   No será para tanto, que Fuente la Lancha siempre fue sitio propicio para el amor. Eso al menos cuenta la leyenda de Juan Palomo, tan asociada o más que el mismísimo conde de Belalcázar a la historia del pueblo y, concretamente, a la de su plaza principal, una auténtica sorpresa para el visitante por austera hermosura de su entorno medieval, sin más concesión a los tiempos modernos que el edificio del Ayuntamiento. 

   IglesiaEn esta plaza se levanta una casa, otro cortijo de descanso del duque de Béjar, que todos los lugareños conocen por la Casa Partida -debido a que en la actualidad la comparten cuatro propietarios- y que, si hemos de creer la tradición, encubrió las pasiones de una pareja singular: la formada por el famoso bandolero y La Rubia del Valle, con la que acabó casándose tras amenaza al cura a punta de trabuco. La casa Grande, como también se la llamó en tiempos, está construida, al igual que la iglesia -con la que comparte los honores de la plaza-, con piedras de la zona, destacando su pórtico de columnas de granito, casi oculto por las gitanillas que cuelgan de un enorme balcón, desmesurado en comparación con las reducidas dimensiones de la fachada. Este fue mandado abrir a costa de robar al inmueble su primitiva arquitectura.

    ¿Y qué decir de la iglesia, salvo que es el punto de referencia obligado para referirse al alma de este pueblo?
   Tan modesta y discreta como él, guarda entre sus muros de granito y cal, tras su austera portada -sobrevolada, como todo lo fértil, por una cigüeña-, los más espirituales anhelos de esta gente sencilla y alegre. Dolida, bien es cierto, por una discriminación secular de la que se siente víctima y ese pique continuo, sano sin duda, que se trae con los pueblos vecinos. Estos, a decir de los más críticos, “nos acabarán anulando si no nos andamos listos”.

   Pero Fuente la Lancha, pueblo generoso y hospitalario, todo lo olvida ante el visitante, al que no pregunta su nombre ni su origen. Y, presto, te invita a saborear el producto de sus matanzas y a regarlo con ese vinillo de pitarra áspero y dulzón, reliquia de solaza con sus jotillas de las aceitunas en la romería de la Virgen de Guía -cuya devoción comparte con otros tres pueblos- que junto al candelorio de la noche de los quintos, el 24 de diciembre, o en la festividad de la patrona, el 25 de noviembre. Cualquier ocasión es buena para compartir la fiesta y olvidar la soledad.

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